Quizá la mayoría de las personas que adquieren un automóvil no se plantean dedicarlo de ordinario al uso en los centros urbanos, si bien la realidad de cada día muestra un intenso régimen de circulación entre ellos y la suma de buses para el transporte colectivo de viajeros, con el añadido de otros vehículos de servicio público. Es por lo que en nuestras ciudades los modos de vida se alejan del sosiego y el cuidado ambiental. Dice el Libro Blanco del Transporte que «el transporte urbano es la causa del 40 % de las emisiones de gas carbónico [...], cuyo impacto es preocupante para los habitantes de las ciudades».
Estamos lejos de sistemas avanzados de transportes de personas, como los trenes subterráneos o de superficie, y otros tan simples como el carril bus reservado, pero es lo peor que no se hayan decidido políticas de transportes que priorizasen los medios aptos para el transporte público a costa de limitar el uso de vehículos privados por vía de planes de tráfico, como los ya diseñados y adoptados en ciudades europeas nada menos que desde 1960.