Pocos minutos después de rebasar la línea de llegada en los Juegos Olímpicos de Pekín, ya con el oro bailando sobre el cuello, al piragüista de Cangas Carlos Pérez Rial Perucho lo inundaron las felicitaciones. Durante los días siguientes a la proeza, de la que ayer se cumplieron cinco años, el palista gallego y su compañero catalán en el K2-500 Saúl Craviotto se apretujaban una y otra vez para dejar sitio a las numerosas autoridades que querían posar con ellos en las fotos. Políticos, representantes federativos, gente a la que nunca habían visto antes, mientras consumían horas y horas y gotas de sudor preparándose para su hazaña, les regalaban ahora los oídos. Eran héroes. Figuras que habían alcanzado la eternidad. A ellos, jamás los abandonarían, les decían.
Sin embargo, el tiempo guarda una voracidad insaciable, arrasa con todo a un ritmo desproporcionado. Su apetito acaba difuminando el rastro de la gloria. Solo un lustro ha necesitado para que Perucho tenga que costearse de su bolsillo el viaje al próximo Mundial de Duisburgo. La Federación Española ni siquiera le garantizó espacio para su embarcación en el transporte oficial al campeonato. Aducen criterios de selección previos. Quizá. Pero a otros, con un poco más de memoria, nos toca recordarles el respeto que merece la leyenda con la que se fotografiaban.