He de comenzar contando una confidencia; yo era una de esas personas que se inclinaban por que el COI no concediese la organización de los juegos del 2020 a Madrid. No me atreví a escribirlo y plantarme delante de la marea: era complicado, a pesar de innumerables razones para ello.
En primer lugar es obvio que las sedes de las olimpiadas obedecen, de entrada, a una distribución por continentes y países. Nadie, solo los españoles, se diga lo que se diga sobrados de ego, entendería que en el 2012, para cuya fecha compitió Madrid por primera vez, se le concediese a la capital española cuando solo habían transcurridos cuatro olimpiadas desde Barcelona; es decir, cuatro ciudades del mundo y ya se pretendía que volviese a una ciudad española. Y en el 2020 serían siete ciudades. A alguien habrá que decirle que en el mundo, además de nuestras ciudades, hay otras. Ese alguien no cabe duda de que debe de ser un poco ensimismado.
Una olimpiada es un lujo caro, salvo que los españoles, tan dados a creer en milagros, sostengamos que la nuestra iba a producir beneficios. Se manejó un informe que vaticinaba superávit (y más podría haber si son de encargo), pero ¿hay alguien que se lo crea? En un país donde no hay presupuesto de las Administraciones públicas que no se multiplique, estábamos esperando las olimpiadas para ganar dinero. Es tan ridículo el pensar en beneficios económicos cuando entre los tres intentos se han gastado 8.000 millones de euros que no merece más argumentación.
No se entiende cómo se puede compaginar todo tipo de recortes, objeto de no pocas desventuras, con un gasto olímpico inmisericorde, del que no deja de ser una buena muestra el número de desplazados a Buenos Aires; casi dos centenares sin misión conocida. Ya empezábamos bien.
En tercer lugar, se organizó todo alrededor de una filosofía de la prepotencia. Habíamos ganado sin subirnos a la bicicleta. Teníamos las mejores instalaciones, los apoyos populares e institucionales y el compromiso del gasto. Nuestra fe en nosotros mismos pasaba por celebrar el éxito antes de que se produjese y congregar en la Puerta de Alcalá a miles de madrileños. El ganar era pan comido. De hecho, las demás ciudades no existían y menos los turcos de Estambul. Por eso, una cura de humildad es un medicamento oportuno. Somos especialistas en grandes obras. Para nosotros solo vale el AVE o tener más sedes del campeonato del mundo de fórmula 1 o de vela. En el desparrame que se había producido, a punto estábamos, antes de empezar, de decir la frase mágica (se clausuran las mejores olimpiadas de la historia).
Dicho quede, sin sarcasmo alguno: el COI nos ha sacado de un túnel en el que insensatas decisiones nos habían metido. Estamos de enhorabuena.