Que no nos engañen, una vez más, los próceres de la patria: lo del Congreso no son goteras, sino una enorme vía de agua abierta en la quilla del buque. Por más que la orquesta siga interpretando en cubierta, impertérrita, melodías anestesiantes que sugieren un rescate inminente, el barco navega a la deriva. Zarandeado por las olas, debatiéndose entre las amenazantes agujas de los icebergs y con riesgo evidente de zozobra.
La sala de máquinas está inundada y las calderas funcionan al ralentí. Escasea el combustible, no queda carbón ni leña para producirlo y los fogoneros, que se cuentan por millones, permanecen de brazos cruzados por falta de faena. Ni crédito, ni inversión, ni consumo, ni trabajo: nadie sabe cómo taponar esos cuatro agujeros que horadan el casco del barco. El tax lease y Almunia liquidaron a los últimos expertos en reparaciones navales.
En el puente de mando reina el desbarajuste. El capitán, borrado como el disco duro de Bárcenas, ha enmudecido y solo rompe el silencio para anunciar que anunciará algo positivo dentro de un año. El presunto candidato al relevo acaba de encallar en los arrecifes andaluces. El principal intérprete de la carta marina, llamado a dilucidar litigios constitucionales, solo se fía de las gaviotas que figuran en su carné de partido. Y el jefe de la naviera real, harto de safaris y devaneos, se dedica ahora a la banca de familia. Los tribunales no dan abasto. La credibilidad institucional se ha ido al carajo. Desafección, le llaman los bienhablados.
Los pasajeros lo están pasando mal. No todos, ciertamente. En los camarotes de lujo continúa la fiesta: saben sus ocupantes que también los naufragios ofrecen oportunidades de negocio suculento. Los damnificados se apiñan en la bodega del buque. Cada día más angustiados, escépticos ante los cantos de sirena, cada uno rumiando su específica ración de crisis. El que perdió su empleo, el desahuciado, el de la nómina menguante, el que despide a su hijo a la puerta de casa... Ya lo advirtió León Tolstoi en el enigmático inicio de Ana Karenina: las familias desgraciadas lo son cada una a su manera.
La crisis y los Gobiernos nos regatean el pan y los japoneses nos despojan del circo. Ni empleo, ni juegos. Ni los brotes verdes que amorosamente riega el Gobierno a diario, ni el sugestivo café con leche en la Plaza Mayor, que proponía la alcaldesa madrileña, han ablandado a los miembros del COI. Nuestra pérdida supera a la del Titanic, que fue tragedia y también espectáculo. Lo nuestro, solo tragedia en vena y sin drogas paliativas.
Menos mal que, en la recámara de la esperanza, nos queda Florentino Pérez. Solo él, que en un par de horas puso fin a las filtraciones (de agua) en el Congreso, puede restituirnos a la Champions League. Y solo él puede devolvernos, en plazos semanales, parte del circo que pérfidamente nos arrebataron. ¡Hala Madrid!