Sorprende la resignación con la que en Galicia sus instituciones y la propia sociedad acogen la desaparición de sus antiguas cajas de ahorros, cuya próxima subasta pura y dura al mejor postor se anuncia para el mes de noviembre sin que nadie de los que debían hablar diga esta boca es mía.
La subasta de las cajas es el último capítulo del irresponsable dislate que en poco más de un año deja a Galicia sin un poder financiero propio por primera vez en su historia, situación agravada por el traumático escenario en el que se produce la desaparición del Banco Gallego, Banco Pastor y las dos cajas, con accionistas arruinados, preferentistas estafados y trabajadores despedidos.
La única excepción a esta debacle sin precedentes la constituye la Banca Etcheverría, que aunque cambia de accionistas mayoritarios, lo hace en aras de un crecimiento que le permita su expansión territorial.
Lo cierto es que en España ni todas las cajas de ahorros han desaparecido, ni tampoco el tratamiento dado a las entidades financieras en crisis ha sido el mismo por parte de las autoridades políticas.
Y, lo que es más grave, superada la actual crisis, las cajas y bancos que subsistan tendrán una distribución territorial de la que Galicia quedará fuera totalmente sin ninguna posibilidad en el futuro de generar una entidad propia.
Hasta aquí la cruda realidad, que adquiere tintes dramáticos al ser todos conscientes de que las presiones y componendas políticas son las que han aplicado las decisiones de reparto territorial que permite la continuidad (siempre subvencionada) de otras cajas y bancos, buscando un equilibrio del que simplemente a Galicia se le excluye.
Después de décadas de presión, la gran banca española ve cumplida su permanente aspiración de eliminar de un plumazo a sus más serias competidoras, las cajas de ahorros, que en esencia representaban una forma de capitalismo social y popular, nacido de los ayuntamientos y la Iglesia.
Y en el cumplimiento de ese objetivo obtienen además en Galicia el campo libre para hacerse con el botín de las inmensas reservas de ahorro capaz de generar el talante conservador en lo económico de nuestras gentes.
No sé si somos conscientes de que con las cajas desaparecen los servicios centrales y de dirección que las gestionaban, con todo su entramado de personal especializado, dependencias jurídicas y técnicas, servicios de informatización, seguridad, transporte y un larguísimo etcétera, que acarrea para el futuro la pérdida irremediable de los puestos de trabajo correspondientes para nuestros jóvenes.
Tal como alertaba hace un año en un artículo publicado en este periódico, desaparece toda la Obra Social, lo cual si es preocupante culturalmente constituye en el plano asistencial una auténtica tragedia para la continuidad de las residencias, centros y dispensarios que atienden a miles de gallegos.
Después de la subasta ningún despacho en Vigo, A Coruña o Santiago tendrá poder de decisión y los créditos o las grandes operaciones empresariales las decidirán comisiones de riesgo instaladas en Madrid o Barcelona, para las cuales no existirán criterios de interés colectivo como el que sirvió para financiar autopistas, colegios universitarios o industrias pesqueras en crisis o declive, tal como sucedía simplemente anteayer.
Necesitamos una moviola que nos permita refrescar la memoria con promesas incumplidas, maldades del entonces responsable del Banco de España, Fernández Ordóñez, la insólita satisfacción de los actuales responsables del FROB, que declaran esperar obtener un precio elevado en la subasta para así recuperar parte sustancial del dinero prestado por Europa, sin importar ni las condiciones de venta, ni la entidad compradora de nuestras cajas.
¿Y la solución? Simplemente que nos den el mismo tratamiento que a Bankia y, a la vez, quienes nos tienen que defender no negocien con compradores, sino que discutan con vendedores.