La política tiene sus tiempos y sus modos, y actuar fuera de ellos es la mejor manera de equivocarse. Rubalcaba, por ejemplo, a pesar de su reconocida inteligencia, está empeñado en que todavía sigue vigente la etapa de la habilidad y de las posiciones gaseosas, en la que, en vez de decir sí o no, como Cristo nos enseña, da por sentado que todos los caminos seguros discurren por tierra de nadie, y que se puede estar una legislatura entera hablando de todas las cosas y con todos los interlocutores sin decir jamás ni sí ni no, estando de acuerdo con todos los que entre sí discrepan y se enfrentan, proponiendo al mismo tiempo crecimiento y ajuste, huyendo de Merkel sin abrazar a Hollande, y pidiéndole a la gente que decore sus casas con una infinita gama de grises. Y por eso, malpocado, se me está quedando solo.
¿Qué milonga le habrá contado a Mas? ¿La de hacer una constitución federal sobre la que no hay el más mínimo acuerdo entre el PP y el PSOE? ¿La de buscar una alianza constitucional con las izquierdas que, además de ser minoritarias, discrepan en el significado y el alcance de lo federal? ¿La de decirle a Mas que en el fondo tiene razón, pero no se la puede dar? ¿La de prometerle a Cataluña una asimetría privilegiada sin exigirle el previo y definitivo abandono de su secesionismo disparatado? Rubalcaba sabe que todo lo que habló con Mas es papel mojado. Pero, en vez de ofrecernos a los ciudadanos una sólida posición de Estado, prefiere condescender con el tarambana de Pere Navarro en esa turbia tesis de que Cataluña tiene un derecho indeclinable a decidir una independencia imposible a la que el PSOE se opone.
A los españoles nos dijo que fue a Barcelona a dialogar. Pero lo que en realidad hizo fue dorarle la píldora a Mas para convencerlo de que, al contrario de lo que hace Rajoy, que a veces dice no, él y el PSOE solo quieren dialogar indefinidamente, sin decirle a Cataluña que no ni a España que sí. Para eso invocó ante el caudillo secesionista un pacto federal para el que no tiene socios, ni mayoría suficiente, ni hoja de ruta, ni unidad de la izquierda, ni apoyo de las federaciones socialistas, ni acuerdo del cuerpo electoral español. Y por eso resulta inexplicable que al secretario general de los socialistas no se lo haya tragado la tierra cuando Artur Mas le truncó su infantil prodigalidad constitucional con solo siete palabras: «El referendo no será moneda de cambio».
Cualquier español sabe lo que quieren Rajoy, Chacón, Mas, Junqueras, Botín y Rouco Varela. Pero nadie sabe adónde van Rubalcaba y Navarro, que, por discurrir sobre el filo de una espada, no tienen más interlocutor que Duran i Lleida, al que tampoco le gustan, o eso parece, ni la carne ni el pescado. Por eso acabarán diluidos, porque a nadie le gusta saciar su sed bebiendo agua templada.