En una intervención en las Cortes en 1876, el brillante orador demócrata-liberal Emilio Castelar, escarmentado del fracaso de la I República, dijo: «Aquí en España todo el mundo prefiere su secta a su patria. De ahí una guerra que yo he calificado muchas veces de animal, guerra que se declaran aquí unos partidos a otros, intolerantes todos, intransigentes todos». Encuentro muy lamentable que esta frase pudiera decirse hoy con similar razón, como si no hubiésemos aprendido nada en casi un siglo y medio. Porque el actual espectáculo político español suena precisamente a eso: a antigualla decimonónica, con nuestros políticos enzarzados en unas disputas mutuamente erosivas, cuando no desvergonzadas, dirigidas solo a alcanzar el poder.
Quienes hemos defendido la necesidad en España de dos partidos fuertes para garantizar unos relevos ordenados conforme a la voluntad popular, empezamos a sospechar que son precisamente estas dos fuerzas las que no están por la labor ni se comportan como tales. Por el contrario, con sus peleas interesadas y sus desacuerdos de patio de colegio están abriendo el camino a otros partidos que, sin ningún mérito propio, van creciendo en las encuestas y permiten vislumbrar un horizonte multipolar. ¿Es esto malo? No, si el PP y el PSOE no aciertan más en sus estrategias. Porque lo que ocurra se deberá precisamente a su escaso talento político. Permítanme que, para resumirlo, acuda a otra cita histórica. En 1873, el primer presidente de la I República, el catalán Estanislao Figueras, un hombre culto y cortés, estalló en un Consejo de Ministros: «Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los c... de todos nosotros!». A veces pienso que hoy podríamos secundar su frase. Porque muchos también estamos hasta ahí de unos políticos votados por nosotros que andan a la greña, en vez de sumar esfuerzos para sacar a España de la crisis que nos desloma. Solo corrigiendo estos males con firmeza y honradez, y con los acuerdos debidos, podrán recuperar nuestra estima y nuestro voto.