Los tres discursos tuvieron la palabra como eje vertebrador. El museo de La Voz de Galicia se convirtió en la gran plaza pública de gallega. Las doscientas personas reunidas representaban a todos los estamentos de este viejo país, como se decía en las crónicas antañonas «de la milicia a la cultura».
Los tres discursos dibujaron el friso de un análisis reivindicativo mientras las sombras de Ramón Piñeiro, Benxamín Casal o Carlos Casares se hicieron más presentes que nunca en la intervención de Víctor Freixanes que, en nombre de la editorial premiada con el Fernández Latorre, Galaxia, expresó la conveniente exigencia de implicar a los poderes públicos en el compromiso cultural más allá de boatos y ornatos: «Compromiso coa lingua galega non coma un adorno, senón coma unha realidade para que a cultura galega non acabe reducida a peza de museo, ou santo de adorno nas procesións».
No se había apagado el eco de estas palabras cuando Santiago Rey ocupó la tribuna. No voy ahora a descubrir la vehemencia crítica del editor y propietario único de este diario, y su obsesión por restablecer una nueva conciencia, hasta ahora inédita, en la casi inexistente sociedad civil gallega. Sus cincuenta años al frente del grupo que edita este periódico legitiman su palabra, sus exigencias y esa forma de hablar, y de escribir, que no concede treguas estériles ni encomios gratuitos.
Una vez más, Santiago Rey fue la voz y la palabra, sin concesiones jactanciosas, sin hipérboles laudatorias, en el más «paladino de los romances», aquel que sabe llamar pan al pan y vino al vino.
El profundo dolor que estos tiempos asola a toda la sociedad gallega tuvo un agudo énfasis en el texto de Santiago Rey. Nunca más que ahora están lejanos los logros políticos y económicos que proclamaban que «os tempos son chegados».
El tercero de los discursos correspondió, la tercera voz, al presidente Feijoo. Bien construido, mesurado, instalado en el apacible viento de la cultura como estructura que todo lo ampara mientras hacía un guiño formal al papel de los medios: «Nas páxinas de La Voz de Galicia, esta terra nosa dialoga consigo mesma».
Tres voces escasamente protocolarias, con tres diferenciados acentos, la Galicia educadamente más amable con todas las lecturas subliminales que se quieran interpretar, que no han sido pocas.
La Voz lleva ya cincuenta y cinco ediciones de los premios del fundador. Cincuenta y cinco editoriales anuales, múltiples exigencias, urgencias y frustraciones de un país que cada mes de noviembre escribe manifiestos a tres voces, a una sola voz. El jueves he vuelto a ser testigo y así lo cuento.