Desde hace años, Carlos Fabra es el símbolo de las más ominosas prácticas de políticos indignos de ese nombre. Y ayer dio otro ejemplo. Su alegría al haber sido absuelto de los delitos de cohecho y tráfico de influencias no puede tapar la indecencia de su condena por defraudar a Hacienda. Corrupción es aquello que corroe la sustancia de algo hasta convertirlo en lo que no es. Y, ¿puede imaginarse mayor perversión que la del guardián que roba aquello que se le ha encomendado defender? Que un político asuma como mal menor la condena por fraude fiscal es el más abyecto autorretrato de la infamia, y solo por eso debería ser inhabilitado de por vida. El fallo muestra también la incapacidad de los tribunales para castigar adecuadamente los cohechos. Sea por exceso de celo sea por insuficiencia de instrumentos legales, evidencia la necesidad de cambiar la tipificación de los delitos de corrupción.