Tal es nuestra realidad social, así es nuestro tráfico, puesto que este no es sino un modo singular de convivencia al que cualifica el uso de automóviles, tanto como decir que en calles y carretera se dan relaciones humanas. Y el entorno social no es un jardín. Valores que se han ido al traste, pésimos ejemplos de conductas en cargos públicos, episodios de inusitada violencia, dejaciones en las esferas del poder del Estado, promesas que no se cumplen, todo esto puede explicar que se clame por la honestidad en la vida comunitaria, única forma de evitar la decepción y la desazón de los gobernados. Viene aquí esta reflexión por causa de la relectura de cierto párrafo que se contiene en el libro Breve diagnóstico de la cultura española, del filósofo Yepes Storck. Y parece oportuna, puesto que para referirse a los modos de vida dominantes, adjetivados por la ultratolerancia campante, hacía uso de una metáfora tomada de la circulación de vehículos: «Hasta el tráfico se pone imposible si no hay una autoridad que lo regule». ¿Y en dónde estará esa autoridad?