Siempre me produce sincera admiración que Xavier Vence, portavoz nacional del BNG, sea capaz de apostar por una Galicia soberana e independiente sin ponerse colorado, sin reírse, y sin más explicaciones que nuestra decisión de superar la crisis y reubicarnos en Europa haciendo uso de nuestros medios y poderes. En Cataluña también lo hacen, es cierto, y la figura de Artur Mas -impasible el ademán y diciendo tonterías- también me sorprende y admira. Pero ellos tienen la disculpa de multiplicarnos por tres, votar en un 70 % a los nacionalistas, y salir en masa a las calles a proclamar que España les roba. Y eso da cierto pedigrí.
En Euskadi, viendo lo fácil y lo barato que le sale a Cataluña, también lo van a reintentar. Aunque en vez de tomar la ruta conocida como Plan Ibarretxe lo van a hacer como un soldado metido en un campo de minas: pisando las huellas del que va delante, y manteniendo la distancia necesaria para que, si el zapador salta por los aires, quede tiempo para incluir el privilegiado sistema de cupo en la Constitución federal que va a impulsar el PSOE. Con vistas a este proceso, también los vascos votan nacionalismo a esgalla, haciendo que PNV y Bildu -igual que CiU y ERC- tengan sobrada capacidad para gobernar el país en caso de emergencia. Pero en Galicia solo vota en clave nacionalista el 24,02 %, y para eso hay que suponer -generosamente- que los votos de EU y los indignados de Beiras aspiren todos al soberanismo, y que el grupo parlamentario de AGE no haya marcado la máxima cota posible de galeguidade.
Aunque la idea de basar las reivindicaciones territoriales en las balanzas fiscales es una peligrosa tontería -dado que en una Cataluña independiente la provincia de Barcelona también tendría que hacer enormes transferencias a la de Lérida-, tanto los vascos como los catalanes tienen números para manipularlos. Por eso pueden concluir formalmente que, en un supuesto de independencia pactada a capricho con España y con la UE -«la Liga y los oleoductos me interesan, pero el Ejército y el empleo rural no»- irían derechitos al paraíso terrenal. Pero nuestros números no admiten ni siquiera la mínima manipulación necesaria para sostener el hieratismo independentista de Xavier Vence. Y eso es, sin duda, el milagro del Finisterre.
Para visualizar esta situación, los vascos bautizan a sus niños con nombres como Aitor, Izaskun, Loiola, Begoña y Josu. Y los catalanes se llaman Oriol, Mercè, Montserrat o Jordi. Pero los primeros gallegos nacidos en el 2014 -año 5 de la era Feijoo- se llaman Edgar, Shaila, Leo y Dorian. Y eso es, como diría Fraga, un vestigio de europeísmo y universalismo propio de una epopeya emigrante, o una espesa capa de brétema que hace cada vez más invisible el Fogar de Breogán. Aunque a mí, qué le voy a hacer, este país me enamora un montón.