Llegó la EPA, con su trimestral cadencia. Ahí tenéis los números que no están mal si se miran con ojos gubernamentales de indicio de que esto mejora algo. Son peores si se piensa en los puestos de trabajo destruidos. Quedan las dudas de siempre: si en sus cifras estadísticas están, por ejemplo, la cantidad de jóvenes gallegos que abandonan el país en esta nueva emigración de los más preparados. Y permanece intacta la duda de si al final del mandato de Rajoy habrá, efectivamente, menos parados que cuando él sucedió a Zapatero, compromiso que adquirió por última vez en su entrevista en Antena 3.
Y esto último, junto con otros indicios, es lo que me mueve este comentario. A mí me horroriza esta forma de contemplar la solución de los problemas nacionales, aunque sean dramáticos: se trata de ofrecer mejores resultados que el gobernante anterior. Ese es el desafío. Importa mucho más eso que resolver la angustia de quienes buscan empleo y no lo encuentran. Importa más la comparación con el adversario, aunque esté derrotado, que la realidad del país. Importa, al final, tener argumentos para ganar el voto y las elecciones. Si el mensaje final va a ser que la herencia de empleados es mejor que la herencia recibida, pero sigue estando parado uno de cada cuatro trabajadores, poca ambición me parece.
El siguiente juicio proviene del clima de opinión gubernamental que se desprende de los datos de la evolución económica. Son buenos, sin duda. Son incluso esperanzadores. Le sirven al Gobierno y a su partido para proclamar que lo peor ha quedado atrás y que enfilamos la senda de mejores tiempos. Soy el primero en celebrarlo y en hacerme eco de esos discursos. Pero hoy hablamos del paro, ¿y qué referencias hay al paro en las palabras oficiales? Solo una coletilla en las declaraciones, empezando por el ministro De Guindos: una coletilla que ya se dice a modo de ritual, para mantener las formas y demostrar alguna sensibilidad social.
No, señores: los buenos indicios sirven para orientar al gobernante y para cambiar el clima psicológico de la sociedad, el ambiente de consumo y, sobre todo, el ánimo de quienes tienen capacidad de invertir. Pero no pueden ocultar la realidad de fondo que, estadística tras estadística, asoma con su dramatismo en ese millón largo de hogares en los que no entra un sueldo y donde se vive de la caridad, tantas veces familiar. ¿Qué quiero decir con esto? Que no nos conformemos con una EPA aceptable, pero de resultados insuficientes. Que no olvidemos esa realidad, que parece que nos estamos acostumbrando a ella. Y que el paro deje de ser una coletilla de palabras y sea la prioridad indiscutible para quien gobierna este país.