Si había un periodista que gozase del respeto, el cariño y la admiración de todos sus compañeros, ese era Manu Leguineche, el «jefe de la tribu» de los corresponsales de guerra españoles, que falleció el miércoles en Madrid, después de unos años de paralizante enfermedad en su casa de Brihuega (Guadalajara). Con él se va un maestro, pero también -y sobre todo- un colega inteligente, abnegado, generoso y comprensivo que siempre estaba dispuesto a echar una mano. Conocí a Manu en 1971-72, cuando él ya dirigía una agencia de prensa, aunque no tenía el título de la Escuela Oficial de Periodismo. Le faltaba aprobar la asignatura de Sociometría, que impartía el exigente profesor Bujeda. Lo convencí de que podía darle unas clases y demostrarle que esa asignatura era pan comido. No me creyó, pero aceptó probar. Y probamos en su piso madrileño de la calle de Islas Filipinas, muy frecuentado por los amigos. Naturalmente, consiguió aprobar la temida Sociometría. Y ya nunca dejamos de vernos. De hecho, él me guio hacia mi primer puesto de trabajo? Así llegué a La Voz en 1972.
A veces bromeaba y decía: «Yo tuve suerte: me cogió la guerra de Vietnam». Era una frase parecida a la de su amigo Michael Herr: «No tuvimos infancias felices, pero tuvimos Vietnam». Porque de Vietnam, como acreditaría años después la Comisión Sidle (presidida por el general Winont Sidle y formada por periodistas y militares estadounidenses), salieron «muchos periodistas hermosos y demasiados militares feos». Jamás los periodistas volvieron a ser tan hegemónica e indiscutiblemente protagonistas en un conflicto bélico.
La noche previa a la madrugada en que se inició la Guerra del Golfo con el bombardeo de Bagdad (17-1-1991), yo era director de Información de Efe y Leguineche estaba en la capital iraquí por su agencia. Aquella noche llamé al hotel Al Raschid para hablar con los dos periodistas de Efe, pero, para mi sorpresa, la centralita había desviado todas las llamadas a la habitación de Manu Leguineche. «Estoy viendo una película del Oeste», me dijo. Le di el aviso del Gobierno sobre un inmediato bombardeo estadounidense y le dije que necesitaba hablar «con los míos». «No te preocupes. Se lo diré. Ahora voy a acabar de ver la película». Una hora después empezaba el bombardeo. Salieron de Bagdad al día siguiente. La última vez que nos vimos fue en Brihuega hace un año. The End.