China acaba de superar a Europa, por primera vez, en un indicador clave: dedica a la ciencia el 1.98 % de su riqueza (el triple de lo que dedicaba en 1998) frente al 1.96 % de la Unión Europea. Meritorio, si tenemos en cuenta que, tal y como dijo en 2010 en Santiago el Nobel Samuel Ting, el sistema chino de ciencia nació solo al final de la revolución cultural de 1976. De todos modos, maticemos que el porcentaje europeo ha bajado con las nuevas incorporaciones (Croacia dedica el 0.75 %, frente al 2.92 % de Alemania) y hay intención de acercarlo al 3 % en el horizonte de 2020. Además, el sistema chino adolece de falta de transparencia, bajo apoyo a la ciencia básica y un grado de innovación más bajo del esperado. Los líderes chinos lo saben, y quieren cambiar las reglas para incentivar que sus científicos saquen ideas brillantes. Sus vecinos japoneses les llevan ventaja: un ejemplo es el descubrimiento de la joven de 30 años Haruko Obokata, que ha conmocionado al mundo esta semana con su manera simple y revolucionaria de obtener células madre. Si se confirma el hallazgo, será Premio Nobel.