Quizá enseñar en un libro de texto la jerga de los móviles resulte un poco excesivo, pero no más que la escandalera que ha montado en la Red un colega de la Universidad de Barcelona al comprobar cómo su hija debía estudiarla en su manual de Lengua Castellana.
«En vez de educar a los niños en la corrección, precisión y elegancia del lenguaje, les hacemos pasar por normal la aberración del 'tq' por te quiero y el que no se pongan acentos», escribía en su cuenta de Facebook el indignado profesor, comentario que, junto con la imagen del texto objeto de su ira («Estoy indignado, indignadísimo») enseguida se convirtió en viral tanto en Twitter como en la citada red social.
No es necesario decir que comparto con mi colega catalán, y seguro que con miles de docentes de todos los niveles, la ilusión de que nuestros jóvenes hablen y escriban con «corrección, precisión y elegancia en el lenguaje», pero me temo que la forma de comunicarse a través del móvil tiene poco que ver con las dificultades para alcanzar ese objetivo. Sin ir más lejos, yo he escrito una docena y media de libros, diría que con una calidad de lenguaje por lo menos razonable, pero cuando escribo un SMS lo hago, por comodidad y rapidez, frecuentemente sin acentos, y poniendo «tq» (por 'te quiero') y «tb» (por 'también').
Quizá mi colega no lo sepa, pero una persona culta es, por definición, la que maneja registros lingüísticos distintos en función de la situación en que se encuentra: no es lo mismo hablar con los amigos que hacerlo en casa; ni escribir un examen que un SMS telefónico. Conozco a bastantes personas que hablan «con elegancia», pero que son incapaces de cambiar de registro cuando toca, lo que les hace parecer, con frecuencia, unos auténticos redichos.
Aceptado, pues, que enseñar como parte del currículo escolar el peculiar uso lingüístico del móvil (pues de eso se trata en realidad) quizá esté fuera de lugar, no tengo duda alguna de que concebir los procesos de aprendizaje como si no existiesen los móviles, la televisión y los ordenadores es una forma estúpida de alejar las aulas de la realidad en la que se desenvuelven a diario la práctica totalidad de los alumnos a quienes se dirige el proceso educativo.
Y es que el objetivo no es que los chavales escriban sus SMS o sus wasaps con elegancia cervantina (¡maldita la falta que les hace!), sino que, al mismo tiempo que wasapean a su gusto, disfruten igualmente leyendo a Verne o García Márquez. Algo que sería más fácil de lograr si la escuela y la Universidad no estuvieran tan de espaldas a lo que pasa fuera de sus muros como lo están en la actualidad.
Pues tan pintoresco es enseñar en la escuela el lenguaje de los móviles como tratar de que un niño de catorce o quince años lea, así, a pelo, La Celestina o el Cantar del Mío Cid.