La crisis de confianza ciudadana ha infectado a todas las instituciones de la democracia y la España del siglo XX se ha hundido. El PIB per cápita español no es distinto del francés, sus jóvenes tienen futuro y los nuestros no: es una burla y es una estafa que la sociedad atribuye a los políticos, los bancos, las grandes empresas y la burocracia española constituida en poder arbitrario y corrupto, piensan las personas. Los medios convencionales y los creadores de opinión están desconcertados, intervienen en los procesos electorales promocionando espacios ajenos a sus intereses, los poderes no entienden lo que está sucediendo. La desmovilización electoral es de tal calibre que da lo mismo el resultado de las elecciones generales próximas. El PP pondrá el presidente y el PSOE lo investirá, o viceversa, ya no hay otra suma posible. La situación es insólita e irritante para todos los poderes, lo que incluye a la vanguardia guay de la ceja sostenible y posmoderna: la gente ya no se deja, la vieja izquierda del siglo XX es un lado del sistema que la nueva mayoría quiere derribar.
Se presenta Elena Valenciano como la fórmula socialista para derrotar al PP y encadenar una serie de victorias que los llevarán a la Moncloa. Es lo que nos dice, y nos preguntamos que para qué, porque el ganador de las próximas elecciones generales rondará los 140 escaños y el perdedor no llegará a 110; el tercero que es IU/ICV, alrededor de 30, y el cuarto, que es UPyD, hacia los 20 a todo tirar. Lo único que se ventila es la prima que se lleva el primero, porque determina, sobre todo, la magnitud del zarpazo al presupuesto público. El poder representativo lo tienen repartido el PSOE y el PP en más de media España mediante una legislación electoral trucada. El asunto de la victoria será decisivo para sus nóminas y clientelas, que son ya el grueso de sus votantes, además del público rural, envejecido y ausente y otras personas de orden y sumisas a los poderes establecidos, que votan a su partido de toda la vida y miran para otro lado en asuntos como el de Bárcenas o el de los ERE, que escandalizan al holandés, alemán o sueco, porque no son propios de los europeos occidentales.
Aquí no guardan ni las formas cuando el socialista Manuel Chaves nos dice que la fianza impuesta por la jueza Alaya a su compañera de partido, Magdalena Álvarez, responde a intereses electorales. En un país serio se le manda a los tribunales por injurias al poder judicial, se le aparta de la vida política por hacer antididáctica democrática y la gente lo repudia. En un país serio, el presidente que ha apoyado a Camps, Matas y Bárcenas dimite. Actúan como los capataces del cortijo que sigue siendo España, no aprenden ni del Maidán de Kiev y así les luce el pelo. La gente no los quiere ni en pintura y lo veremos en las europeas. La mayoría social quedará enfrente, sobre todo en la abstención. UCD, que gobernaba España, pasó de 6.268.593 votos en 1979 a 1.425.093 en 1982. Luego desapareció, del todo.