Tenemos tres aeropuertos y hoy nadie duda de que el objetivo es rentabilizar los tres, promoviendo complementariedades adaptadas a las características diferenciales de las respectivas áreas de influencia. Tal vez las cosas podrían haber sido de otro modo, pero hubiera sido necesario que el Gobierno actuara coordinadamente en el trazado de las redes de transporte y del sistema aeroportuario. Como no se hizo, ahora las cosas son como son. En Lavacolla vemos una terminal abandonada que pudo haber sido adaptada porque la demanda no requería más, pero se levantó otro monumento al despilfarro, al estilo de la Cidade da Cultura, y ahora no se sabe qué hacer con el mastodóntico complejo. La opción elegida es concentrar los vuelos internacionales, algunos duplicados, según dicen con el apoyo directo e indirecto de la Xunta; pero la posición local quiere también más vuelos domésticos.
En Alvedro se amplió la pista y la terminal quedó en proyecto. Ahora el dinamismo económico de la ciudad y la política subvencionadora del Consorcio de Turismo ha generado un doble efecto: es desde hace meses el único aeropuerto que crece y también el destino turístico con más viajeros, con mayor ocupación media y con mayor estancia, además de una desestacionalización de la ocupación. La demanda local requiere garantizar algunos enlaces internacionales y ampliar vuelos regionales. En Vigo, la nueva terminal está más desproporcionada aún que la de Lavacolla. Además, la influencia de Oporto es una competencia difícil de evitar. Todos los datos son declinantes y el área económica urbana demanda más frecuencias y la competencia entre los aeropuertos sin distorsiones políticas. También mayor apoyo para contrarrestar el efecto del aeropuerto luso. Esta situación podrá verse alterada con la puesta en marcha del AVE, aunque seguramente con menor intensidad que lo anunciado, porque nuestros tiempos previsibles de viaje no son tan competitivos para los vuelos de negocios de día como el avión.
Esta es la radiografía. No parece que la solución sea tan difícil, ni tampoco se entiende ese continuo debate que mezcla tópicos con realidades. Probablemente, la mejor solución para todos sería que el mercado actuara directamente o en todos los casos con el apoyo de sectores privados interesados, o beneficiados, pero ya está bien de justificar el gasto público para promocionar vuelos cuando hay tantos servicios que no pueden ser atendidos, y que son más necesarios para una mayoría de ciudadanos empobrecidos por la errónea política económica y fiscal, y el dictado de un austericismo generador de una reducción de la demanda y del empleo. También en la estrategia aeroportuaria es necesario ser transparentes y que en cada caso la libre competencia actúe sin intervenciones políticas.