Empezaré por reconocer que juicios como los de Baltasar Garzón y Elpidio Silva, en los que se analizan graves defectos de procedimiento que atentan contra los derechos de otros encausados, son la esencia de la justicia democrática, ya que constituyen la más palmaria evidencia de que el juez también está sometido a la ley, y de que a esta le gustan menos los abusos de «los buenos» que los pecados de «los malos».
Por eso me extraña que los ciudadanos que se congregan ante los tribunales para hacer justicia vociferada estén más preocupados por los jueces que se extralimitaron que por ganarse la garantía de que los poderes democráticos no están para abusar de ellos, ni para usarlos -fuera de procedimiento- por puros impulsos morales. Eso nos obliga a preguntarnos por qué el pueblo imputa toda la corrupción del sistema al tribunal juzgador, mientras apoya ciegamente al presunto prevaricador. Y la respuesta es bien fácil: porque ninguna de las causas habidas contra jueces supo transmitir la exigible sensación de igualdad y equilibrio que debería adornar la Administración de Justicia, y porque todos los casos funcionan como una ruleta caprichosa en la que, en vez de aplicar las leyes, se revisten de formalidad los más abyectos linchamientos.
Consciente de esta situación, el bueno de Elpidio Silva, al que parece cubrir una sombra psíquica indeleble, está aprovechando la ocasión para poner histérico a su tribunal, para burlarse del estúpido ritualismo procesal que atenaza el sistema, y para poner de su lado toda la demagogia que queda en España. Y a fe que lo consigue. Porque, aunque hay pocas dudas de que metió la pata y merece el palo, es evidente que ese pueblo al que la justicia halaga, y por cuya virtud hace casi todas las machadas que registran los juicios mediáticos y políticos, ya tiene claro que Elpidio es la víctima y Arturo Beltrán el verdugo, y que todo el aparato judicial está manipulado por esos dueños del poder y del dinero -como Blesa- que tienen impunidad para forrarse.
Ya quisiera Beltrán que su juicio fuese un «numerito de plató». Porque el TS de Madrid es más caótico y menos inteligente que Sálvame diario, y porque en vez de hacer circo para que el pueblo disfrute, está dando la razón a los que piensan que ni siquiera los jueces pueden creer en la tragicomedia que protagonizan. Por eso pienso que Silva nos está haciendo el favor de actuar como una cuña de la misma madera, que, a costa de quedar como un payaso, deja a la Justicia con el culo al aire. Y por eso voy a tomarme un descanso en mi patriótica labor de poner blanco sobre negro -durante 25 años- las miserias de los jueces. Porque, aunque es cierto que lo hice con tesón y eficacia, ya no puedo competir con Garzón, Elpidio, De Lara y Alaya. Porque ellos son profesionales y yo un pobre aficionado.