Yo ya sé que la teoría es otra, que se trata de elegir de entre nuestros vecinos y conciudadanos a aquellos que defenderán nuestros intereses en la Unión Europea, como antes hemos elegido al presidente de la comunidad de vecinos y antes al delegado de clase. Lo venimos haciendo desde hace tiempo. Pero yo solo soy capaz de pensar en su sueldo. Que en realidad se trata de adjudicar el premio gordo de una extraña lotería -como la de Charlie y la fábrica de chocolate- en la que a los agraciados les tocará un sueldo mensual de más de 7.000 euros al mes más gastos y viajes y otros 17.000 para contratar a su hija Mari Pili y a su yerno Rafael, Rafa, que tiene una consultoría. Por eso cada vez que pienso en el voto acabo concluyendo que me quisiera votar a mí, o, aunque sea un poco más arriesgado, a mi mujer, para que me lleve con ella. Porque parece que Cañete es rico por casa y no lo necesita, y para que vaya Elena Valenciano, pues lo dicho: que para eso ya voy yo.
El deterioro del prestigio de los políticos nunca había llegado a los extremos de ahora. No queremos votar porque no queremos que nos representen, así de claro. Porque nos gobierna gente que no sabemos cómo se ha metido ahí, y que ha hecho de la democracia un medio de vida, de muy buena vida, y que se perpetúa en una «vocación de servicio» estupendamente remunerada, mientras nosotros seguimos intentando llegar a fin de mes. En realidad, creo que prefiero votar a la mujer barbuda en Eurovisión.