España ha dado un duro golpe al proyecto del bipartidismo, y más aún al supuesto pacto de Gobierno de un nuevo bipartito. Y lo ha hecho porque percibía en ambas formaciones políticas las mismas patologías: opacidad, corrupción, clientelismo, amiguismo, y una puesta del poder al servicio de intereses personales, de partido, y sobre todo del capital.
La austeridad ya había fraguado en un adelgazamiento progresivo de las clases medias, dando lugar a una polarización social entre un número creciente de personas con rentas altas y un conjunto mayor todavía de personas empobrecidas o en difícil situación personal, familiar y laboral, o todas juntas. Mientras tanto, la privatización incuestionable de los servicios públicos, principalmente la sanidad, con la disminución de la protección farmacéutica y asistencial hasta límites hace poco insospechados, unido a una fuerte precarización laboral, fueron cercenando la paciencia de los ciudadanos.
Más cosas podríamos añadir, pero estas son suficientes para explicar por qué la reestructuración de la pirámide social llevó a una radicalización de los electores. La nueva emigración de jóvenes, en busca de un trabajo cada vez más difícil, añadió el punto de indignación necesario para explicar la emergencia de nuevos partidos fruto de una verdadera e inevitable rebelión social.
Pero la cuestión no se queda ahí, porque son cada vez más los comentarios y rumores acerca de un pacto previo a las elecciones entre las más altas instancias del Estado, los bancos, las grandes empresas y los soportes del bipartidismo para asegurar un entramado político capaz de mantener la ventajosa posición del capital. Es más, no pocos comentarios apuntan a un importante grupo de poder global, cuyo papel en el control de la crisis económica es cada vez más recurrente en la rumorología de la calle. Por eso, a la rebelión social derivada de la destrucción del Estado del bienestar se une el rechazo a una estrategia de apalancamiento del poder económico en detrimento de la calidad de vida de los ciudadanos. El fotograma de una próspera Europa del Norte y una Europa del Sur de bajo coste, está también en la sombra de tales planteamientos.
Por eso los partidos políticos clásicos, si quieren recuperar algo del peso perdido, habrán de hacer una relectura total de sus estrategias y reinventar su papel en el nuevo orden social que está surgiendo de una crisis cuyas consecuencias de cambio serán seguramente mucho mayores de lo inicialmente esperado. Si esta situación sirviera para reconducir Europa hacia una nueva dirección, el sacrifico sería bienvenido, pero mucho me temo que el juego de los grandes grupos que controlan el sistema global hará lo indecible para que el proyecto europeo siga sirviendo a sus propios intereses. Para ello han situado sus peones en los puestos claves de la armadura neoliberal, con un total desprecio a las consecuencias personales y sociales que ello pueda acarrear. Un apasionante ciclo de cambio, que no hace más que asomar su capacidad de transformación social, política y económica. Estamos en los albores de un cambio de ciclo en el devenir del proyecto europeo.