La espectacular y sorprendente irrupción de Podemos en el escenario como cuarta fuerza política y el gran lío sucesorio en el PSOE tras la obligada dimisión de Alfredo Pérez Rubalcaba han hecho que quede en muy segundo plano el varapalo sufrido por el PP, léase el Gobierno, difuminado también en la generalidad del tremendo voto de castigo propinado al bipartidismo. La magnitud del hundimiento popular tiene cifras: 2,5 millones menos de votos respecto al 2009, similar al de los socialistas. Si se compara con las generales de hace dos años y medio ha bajado 15 puntos.
Mariano Rajoy planteó las elecciones europeas en clave nacional, como un plebiscito a su política económica. Su relato, repetido una y otra vez en cada uno de sus mítines, fue que tras recibir un país al borde de la quiebra y el rescate tomó las medidas e hizo las reformas imprescindibles, algunas muy dolorosas, que han dado como fruto una esperanzadora recuperación. La gran mayoría de los electores no le han comprado la mercancía y le han dado un no rotundo en su plebiscito particular. Ni siquiera uno de cada tres han refrendado su gestión, como buscó explícitamente en las urnas. La primera reacción del PP, el mismo domingo, fue disimular y aferrarse a una victoria pírrica, mucho más por deméritos de su principal adversario que por méritos propios. Dos días después Rajoy dijo que comprendía el castigo pero que no va a hacer ningún cambio. Asomó la de siempre, Esperanza Aguirre, atenta a aprovechar la menor oportunidad para soltar un mandoble al presidente. Al margen de la lideresa madrileña, ha sido Alberto Núñez Feijoo, siempre por delante, quien más claramente se ha desmarcado del discurso oficial personificado por De Cospedal, al señalar que el PP tiene que hacer autocrítica, con especial incidencia en la corrupción.
Este pésimo resultado no solo expresa un amplio rechazo a la gestión de Rajoy, sino una abrumadora desconfianza en el esplendoroso futuro que promete para «la Alemania del sur», utilizando la terminología de González Pons. Un serio aviso que debería provocar una profunda reflexión y rectificaciones. Y no es, como dicen algunos ahora, solo un problema de comunicación. Sino de que la tan cacareada recuperación se circunscribe a las cifras macroeconómicas y sigue sin llegar a los ciudadanos. Son muchos los que se están quedando tirados en el camino. Dos años y medio después el paro ha aumentado hasta los seis millones, los salarios se han devaluado en una cuantía muy importante, el trabajo se ha precarizado y la desigualdad y la pobreza se han extendido. Con este panorama social es imposible sacar pecho sin perder credibilidad a raudales. Todo ello en medio de la aparición de repugnantes casos de corrupción, que no suponen casi nunca la asunción de responsabilidades. La frase pronunciada en plena campaña por la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría es un compendio de la miopía política, el triunfalismo y la desconexión del Gobierno y el PP con la realidad: «Se ve en las calles, hay mucha más alegría que hace meses». La respuesta se la han dado los ciudadanos el 25-M. Sí, el PSOE está mucho peor. Triste consuelo.