L os impuestos son instrumentos esenciales para ordenar la convivencia. Sin impuestos no hay orden, ni política, ni democracia, ni solidaridad. Sin impuestos triunfa la barbarie. Por eso las democracias avanzadas elaboran sistemas tributarios fundamentados en principios, otorgan a los impuestos categoría de ley, exigen a los Gobiernos máxima transparencia y proporcionan a los ciudadanos una educación fiscal razonable para que puedan penalizar a los Gobiernos que mientan o no cumplan sus promesas tributarias.
Pero debemos reconocer que nuestra educación fiscal es lamentable. Aquí se promete bajar los impuestos para ganar las elecciones y la fórmula funciona. Algo falla entre nosotros. Ignorar que tenemos una presión fiscal 8 puntos del PIB (80.000 millones de euros) por debajo de la media europea es grave. Como también importa desconocer que el fraude en el impuesto de sociedades, IVA y otros impuestos explica ese déficit de ingresos. No percibir que la reducción fiscal prometida se compensa después, total o parcialmente, con aumentos en otros conceptos tributarios, es desorientación. No ser conscientes de que bajar los impuestos equivale a menores servicios o a los mismos pero más deteriorados, también. Y esto ayuda a comprender por qué somos un país empobrecido y torpe.
Teóricamente, los impuestos deben generar ingresos suficientes, justos, transparentes y fundamentados en la capacidad económica del contribuyente. Los indicadores que miden esa capacidad son la renta, el patrimonio y el consumo. Pero el concepto de renta experimentó cambios radicales a finales del siglo pasado, la imposición patrimonial (tenencia y transmisión) está diluida o fuera de los sistemas actuales, mientras la imposición sobre el consumo se refuerza considerablemente. Estos cambios proceden del pensamiento neoliberal y fueron aplicados en la Unión Europea, con mayor o menor intensidad, por los Gobiernos conservadores y socialdemócratas.
En nuestro caso, el resultado es conocido. El IRPF es ya un impuesto sobre las rentas del trabajo. Las otras rentas se diluyen. El impuesto de sociedades es hoy un agujero negro por desgravación, elusión y evasión fiscal. Se eliminan o deterioran los impuestos patrimoniales (patrimonio neto, transmisiones patrimoniales, sucesiones y donaciones). Y todo ello se compensa con imposición sobre el consumo (IVA, impuestos especiales, medioambientales, tasas, precios y copagos), generando así desigualdad y un sector público frágil, debilitado, con escasa capacidad civilizatoria.
Los impuestos son importantes porque participan en la distribución del excedente. Las rentas del trabajo, del capital y los impuestos responden a intereses distintos, su reparto es conflictivo, pero esencial para conocer la realidad que nos rodea.