R etornan los consejos y las advertencias acerca de la seguridad vial en este tiempo de vacaciones. Se clama por la prudencia en la conducción de vehículos ante los millonarios éxodos del verano. Hay una extensísima red de vigilancia y de auxilios que velará por los viajeros y todo parece depender de nosotros mismos. Entonces, inexorablemente, nos topamos con historias anteriores, más bien ingratas, porque no cuentan sino desventuras en forma de estadísticas de accidentalidad del tráfico.
Y es que, desde la condición humana, la lógica muestra su ley. Alguien ha dicho que «un sistema, por el mero hecho de existir, tiene que fallar». Algo de esto ocurre en este ámbito, cuando el hombre, veleidoso, desata fuerzas que no puede controlar. Falta el convencimiento de que no se puede funcionar sin el respeto a la ley y a las normas sociales, sin el basamento de la urbanidad, de la cortesía y de un respeto hondo a los demás.