En 1816 no hubo verano en el mundo. De un modo brusco la gente se encontró con que las temperaturas habían bajado varios grados. Hubo desastres en cosechas e incluso heladas.
La razón: la erupción del volcán Tambora (Indonesia). Inyectó tal cantidad de polvo en la estratosfera (la capa de la atmósfera que sigue a la que nosotros habitamos) que, una vez dispersado alrededor del planeta, tapó parte de la luz del sol. El primero en sospechar de la influencia de los volcanes en el clima fue Benjamin Franklin (uno de los fundadores de los EE.UU.).
Hoy, los físicos del clima ya lo tienen muy claro. De hecho, se sabe incluso que la proliferación de aerosoles de origen humano frenó el calentamiento global entre 1940 y 1980, precisamente por el mismo efecto de tapado del sol.
Esto ha llevado a que se esté estudiando la posibilidad de inyectar partículas directamente en la estratosfera para frenar ese calentamiento global que nos lleva al abismo.
Lo malo son los 26 tipos de efectos secundarios que hasta el momento se ha calculado que causaría esta manipulación del clima. Se alteraría el régimen de monzones africanos y asiáticos, reduciendo sus niveles de lluvia, con las consiguientes hambrunas para millones de personas. Los trópicos se enfriarían más que las zonas de latitudes más altas (o sea, los polos se seguirían calentando).
Ah, y por cierto, los cielos despejados dejarían de ser azules? Hay que pensárselo mucho antes de ponerse a jugar con estas cosas.