Esta semana, mientras en Galicia festejamos la virgen de agosto, en la India celebraron el aniversario de su independencia de los ingleses, que les hicieron carreteras y trenes, pero les quitaron soberanía y dignidad. Aunque leyendo a Kipling la cosa no está tan clara. Kipling está más cerca de Tagore que de Gandhi, el flaco que interpretó magníficamente en el cine Ben Kingsley. Gandhi, cuando vivió en Sudáfrica, defendió la causa de los indios discriminados, que quería que se equipararan a los blancos y no a los negros. En fin, pelillos a la mar. Luego vino la independencia y la partición. El país se rompió en dos inmensos pedazos a causa no de los ingleses, sino de la religión. Aunque la traca final de todo aquello la puso, veinte años después, el IRA, que hizo saltar por los aires el yate de Lord Mountbatten, último virrey de la India, con el armador dentro. De la independencia quedó media India, que hoy ya tiene la bomba atómica, pero aún no es capaz de evitar que grupos de hombres violen a las niñas a la salida del colegio ni ha eliminado las castas. Por su parte, Paquistán anda en el jolgorio de la religión mahometana, que permite exterminar al infiel. Esa extraña religión que parece que fomenta la ablación del clítoris, que digo yo que será mucho más sencillo que los hombres al alcanzar la edad en que los tortura el infierno de la pasión se corten el pene y se pongan a cantar son voz de falsete. Entre tanto a mí, de la India, me sigue quedando Kimbal O?Hara, el amigo de todo el mundo.