La palabra zafarrancho proviene de la Marina, donde se usa para ordenar dos tareas muy concretas: limpiar y asearlo todo, desde la sentina a la cofa (zafarrancho de limpieza); o disponer el buque para atacar o defenderse (zafarrancho de combate). Pero, consciente de la popularidad y la hermosura del vocablo, la RAE ya admite su uso popular, que solo significa limpieza general. En la Brigada XII de la Acorazada Brunete, donde yo hice la mili, el zafarrancho solo significaba barrer y fregar, porque el hecho de ponerse sobre las armas -que así se decía- se llamaba generala.
Sobre este marco teórico, y visto el estado general en que se encuentra España, quiero proponerle a Mariano Rajoy que decrete un zafarrancho de limpieza para todo el territorio nacional, para hacer lo mismo que hacíamos en el cuartel: apartar camastros y taquillas, matar las ratas que se colaban en los pabellones, barrer los suelos, limpiar los cristales, repasar las letrinas y las piletas, y hacer un fregado general con lejía de alta concentración. Luego salíamos a la explanada y no dejábamos sobre ella ni una brizna de hierba ni un palillo roto. Y al día siguiente pulíamos el armamento como si fuese plata repujada. Porque eso es lo que hay que hacer en España. Formar una fila de policías desde la Estaca de Bares al cabo de Rosas, y situar inmediatamente detrás otras filas de jueces, fiscales, inspectores de Hacienda, bomberos y psiquiatras. En la fila postrera estarían los carceleros, con jaulas móviles expropiadas a los circos. Y cerrando la marcha iría el ministro de Justicia. Y a toque de corneta marcharían todos hacia la punta de Tarifa, peinando el terreno como se hace cuando un niño se pierde en la maleza.
Se trata de no dejar atrás ni una rata. Cogerlos a todos -financiadores de partidos, chupatintas de las cajas, intermediarios con la Administración, defraudadores a la Hacienda Pública, programadores y constructores de amueblamientos faraónicos, y gente experta en presupuestar por la mitad y cobrar por el doble- y meterlos a todos en la trena. La función del ministro de Justicia sería ir indultando al paso a la legión de alcaldes y concejales imputados por beber una botella de vino, o por darle un empleo temporal y miserable a un pobre. Porque con eso, además de liberar a los jueces de sus pijadas y ponerlos sobre lo serio, evitaríamos la cara de tontos que se nos pone cuando vemos libre a Camps e imputado a Orozco.
Cuando todo estuviese limpio -y con perdón de Pedro Sánchez- cantaríamos un tedeum. Y volveríamos a construir el país desde los cimientos, como hizo Don Pelayo. Porque si seguimos así, aflorando la mierda por fascículos, no acabaremos nunca, nos moriremos de asco, y tendremos la sensación de que todos formamos parte de la corrupción y la miseria humana. Y así no se puede vivir.