Aquí las crisis informativas se manejan fatal

Manuel Campo Vidal CRÓNICA POLÍTICA

OPINIÓN

12 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Por no ir más atrás, hasta la colza, piensen en el Prestige, en los atentados del 11-M o en el accidente de Spanair en Barajas, para entender mejor el desastre informativo en torno al ébola en el que de nuevo se han aliado la incompetencia de las autoridades y el sensacionalismo de algunos medios. El resultado puede ser gravísimo -pero no para la salud pública, que con suerte se controlará-, sino para la tranquilidad de la ciudadanía tan alarmada, además de la caída de cotizaciones de compañías aéreas y turísticas, alto riesgo de descenso de visitantes y, en consecuencia, para el desempleo. Lo que hubiera podido quedar en un accidente desgraciado -la infección de la auxiliar de enfermería Teresa Romero- y unas medidas de aislamiento para su entorno personal, ha pasado a ser un asunto de gran repercusión, incluso internacional.

Cinco días, cinco, ha tardado el Gobierno para crear una comisión permanente de seguimiento, tal como pedía el PSOE, al que no se le podrá reprochar su actitud constructiva en este caso de crisis. Hasta el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, se mostró «partidario de crear una comisión tal como la piden los socialistas», opinión radiada que debió molestar mucho en Moncloa. No se olvide que el sábado día 4, antes de este episodio, en el cónclave popular presidido por Rajoy, Javier Arenas disparó un misil de dos cabezas al declarar que «las cosas se están haciendo bien, pero se comunican mal desde el PP y desde el Gobierno». El primer proyectil impactó en la señora Cospedal y el segundo en la señora Sáenz de Santamaría. Y debió sentar muy mal porque, si llaman a la sede del PP pidiendo el audio de Javier Arenas en el que dice eso que se lee en los periódicos, no se lo van a facilitar por más que insistan.

Después llegaron las comparecencias de la ministra Ana Mato, sin desperdicio, y el descubrimiento del inefable consejero de Sanidad de Madrid, Javier Rodríguez, un regalo para las facultades de Comunicación en el capítulo de como agravar una crisis indignando a la opinión pública. Sus criticas a la auxiliar clínica, inadmisibles. «Es como si un soldado va voluntario al frente, resulta herido y se le critica por llevar el casco mal puesto», decía el periodista Carlos Santos en RNE. Y se creció, porque salió a matizar y acabó atizando: «No me importa dimitir porque yo llegué a la política comido y bien comido, como saben. Y como soy médico, tengo la vida resuelta», remató. Se indignaron con él los médicos, los enfermeros, los políticos y la ciudadanía en general. Pero ni dimitió, ni lo han cesado, cuando en cualquier país ya estaría de vuelta en su consulta.

Lo sucedido estos días recuerda a la crisis del Prestige, cuando el entonces ministro Federico Trillo declaró que «las playas de Galicia están esplendorosas», mientras la ciudadanía contemplaba la marea negra en televisión. O cuando Aznar se negó a constituir un comité de crisis después de los atentados de Atocha. O cuando la ministra Magdalena Álvarez ordenó que nadie hiciera declaraciones en Barajas, tras el accidente de Spanair, hasta que ella llegara desde Mallorca. Acudieron aquella aciaga tarde al aeropuerto tres ministros que sí estaban en Madrid -el de Trabajo porque estaba de guardia, el de Interior por Protección Civil y el de Justicia para coordinar levantamiento de cadáveres y forenses- pero nadie habló hasta cuatro horas después, cuando aterrizó doña Magdalena. Y, entretanto, en todas las cadenas de televisión en directo, repletas de becarios de fin de agosto en busca del Pulitzer, hicieron declaraciones sin fin viajeros, taxistas, enfermeros, camilleros, limpiadoras y curiosos con morbo que se acercaban desde Madrid y se ponían a la cola de los micrófonos abiertos. El accidente fue una tragedia, la cobertura mediática un drama y la actuación del Gobierno un fiasco.

Pero de nuevo, aquella lección no se aprendió. Con el ébola se ha dictado otra clase magistral de como agravar una crisis seria con errores comunicativos encadenados. Parece que no hay remedio. Y en cuanto al problema en si mismo, otras salidas había. Por ejemplo, encargarle a la ministra Ana Pastor que se ocupara de este asunto.