Si usted no espera vivir al menos otros 20 años y tampoco le interesa el futuro de los que vengan detrás, no hace falta que lea este artículo. En caso contrario, puede serle de utilidad. ¿Por qué? Pues porque se está gestando una tormenta perfecta que va a dejar en ridícula la aguda crisis económica que padecemos. La UE nos repite en su reciente informe estadístico sobre el estado de las regiones europeas que España concentra tres de las cuatro regiones con menor fecundidad de Europa, estando Galicia en ese fatídico grupo, junto con Asturias y Canarias. Llevamos instalados en esta terrorífica depresión demográfica desde hace dos décadas, desde antes de la crisis, y no queremos mirar para no ver, ni oír por no escuchar. Esta situación de suicida indiferencia se parece mucho a la delirante adicción al crédito que padecimos hasta no hace tanto para comprar cosas improductivas -pisos carísimos, chalés playeros, coches de alta gama? ah, y vacaciones caribeñas- a costa de un descomunal déficit exterior, hasta que se acabó el crédito y reclamaron las deudas. Entonces también optó gran parte de la población por pedir otra de gambas, hasta que nos dejaron de fiar. Ahora tenemos lágrimas, rechinar de dientes y desesperación, más un diabólico debate que confunde causas con consecuencias. Pero ese es otro asunto. Como no atajemos en serio el déficit y la deuda demográficas que vamos acumulando, como sigamos envejeciendo colectivamente a causa de la sequía de nacimientos, el Bienestar va a colapsar. No nos salvarán las ocurrencias tertulianas, ni una milagrosa e improbable mayor productividad visto el desastre educativo, productividad aun mayor si cabe que la alemana. Justo es decir que tampoco nos salvará el camino hacia la perdición que implica esta estrategia de racionamiento perpetuo y sin rumbo en la que se ha instalado Europa. Precisamos medidas legislativas consensuadas a nivel español y gallego para detener esta agónica inercia y revertirla. Necesitamos una Ley básica de Impulso Demográfico que dé seguridad a los ciudadanos que, a pesar de todo, decidan comprometerse con el futuro del país, con el bien común, y lo demuestren teniendo un hijo, garantizándoles las debidas compensaciones, los imprescindibles reconocimientos y el clima propicio ante tan heroica decisión. Sin romper huevos no se hacen tortillas. Tampoco sin tener hijos se mejora la fecundidad, ni se reduce el déficit y la deuda demográficas. Sin jóvenes no se apuntala el Estado de Bienestar. Tenemos que sembrar en nuevo capital humano que nos provea de mayores ingresos para financiar los derechos de ancianos y dependientes. Nacimientos, nación, patriotismo y fraternidad son frutos del mismo árbol. Por cierto, es preferible la fraternidad que la mercantil solidaridad para afrontar el incierto futuro que nos aguarda. Lo malo es que no estamos dotados para los debates sobre problemas a medio y largo plazo, ni acreditamos perseverancia. Pero a la fuerza ahorcan, y si queremos vivir con decoro a tan solo 20 años vista, ya podemos espabilar. Por avisar que no quede. Europa lo reitera con cansina lucidez.