Hemos llegado a un punto donde la corrupción, en sus más variadas manifestaciones, nos desborda, y aunque preferentemente la denuncia se centra en la clase política, la realidad es mucho más extensa. De entrada podemos admitir que, a la vista de los datos, las conductas inadecuadas han enraizado en todas las instituciones: en los partidos políticos, en las cámaras de representación, en los gobiernos autonómicos, en el central, en instancias judiciales, en los sindicatos, en las asociaciones empresariales, en los órganos deportivos, en las instituciones culturales, y en un número elevadísimo de asociaciones. Pero comportamientos por el estilo podríamos encontrar en los más variados ámbitos de la sociedad, como, por ejemplo, en la universidad o en la gran madeja de profesionales de todo tipo.
Una situación como esta nos lleva a pensar que no se trata solamente de un problema que atañe a los políticos, sino que es el resultado de una determinada mentalidad que se configuró en la generación de los que ahora tienen cincuenta años. Una cohorte social en la que el pelotazo, el trepismo, el éxito a cualquier precio, el enriquecimiento rápido o el ascenso a cualquier tipo de poder se habían convertido en el santo y seña que guiaba la conducta de una gran mayoría. Incluso se puede afirmar que, en ese contexto, quien no siguiese esa forma de conducta era a menudo tachado de ingenuo, incauto o idealista. La honestidad no era un valor de cambio, porque fue sustituida por el dinero. Y de esa conducta viene ahora el resultado.
Por eso los que pagan son solo una parte del todo, y como es imposible extender la acción fiscalizadora a toda la sociedad, es muy importante que los que por su perfil público son apercibidos, sean también motivo de ejemplo para que ese modelo de conducta quede en la medida de lo posible exterminado de la sociedad futura. De no ser así, la actual lucha contra la corrupción no seria más que un fuego de artificio que dejaría a oscuras muchos estamentos sociales, porque, como hace unos años escribía en estas páginas: «La crisis es total, no solo económica, también política y social». En eso estamos.