Han metido en chirona a una señora que dicen que es la viuda de España. Yo pensaba que la viuda de España era Cataluña, pero parece que, al menos por el momento, no pasa de divorciada en trámites.
A esta señora la mandaron a la trena solo 24 horas después de que se fuese a los cielos la condesa de Lemos, que resulta que también era duquesa de Alba. A mí todo esto de la Pantoja y Cayetana me queda un poco lejos. Me suena a película de época, de otro siglo -pero ni siquiera del XX, sino del XIX-, aunque para ser asuntos trasnochados lo cierto es que han tenido a los tuiteros muy entretenidos, cruzándose chistes de difuntos y de duchas carcelarias, como si aquella niña Isabela y doña Cayetana trazasen vidas paralelas en el ciberespacio.
A mí la duquesa de Alba que me gustaba es la que pintó Goya, vestida y desnuda, en plan maja madrileña de a pie, pero tumbada. Cuentan que Picasso le pidió a Cayetana que posase para él, porque quería pintar su maja desnuda cubista, pero el primer marido de la duquesa, muy estirado, no tragó con la propuesta. Seguro que Jesús Aguirre, aquel sabio que ponía de los nervios a la Milá en las entrevistas, hubiera dicho que sí, y hoy tendríamos un duelo de duquesas desnudas acostadas entre dos siglos, entre dos mundos.
La Pantoja es una tonadillera a medio camino entre la bailaora del WhatsApp y la flamenca que la abuelita ponía sobre el tapete de ganchillo del televisor, que era como un velo de misa que le plantaban al aparato para que no fuese pecado -o por lo menos para que fuese solo venial- ver Dallas o la peli de dos rombos de la segunda.
Se habla mucho de la Pantoja por sus tejemanejes malayos, financieros y sentimentales, cuando la profundidad de su existencia está en realidad en su discografía, en sencillos como ¡Ay, Torre... Torremolinos! Pero ya todo es superficie y nadie se pone a hacer un análisis de texto de sus letras. Así nos va.
A mí lo que me deja perplejo es que, al final, la tonadillera vaya a la penitenciaría por haber blanqueado unas bolsas de plástico llenas de billetes y, en cambio, haya salido impune después de tantos años torturándonos con sus gorgoritos en el plató de Luar. Se ve que la Justicia es muy suya, y lo mismo que a Al Capone no lo trincaron por su gatillo fácil, sino por un quítame allá esos impuestos, a la Pantoja la dejaron libre después de cantar Hazme tuya otra vez y, sin embargo, le buscaron (y encontraron) la paja en el ojo ajeno por dar lustre a unos fajos de quinientos. Qué país más raro.