Y es de llorar, como tienen que ser si lo que toca es conmovernos. Porque aquel mítico de El Almendro, el auténtico, era de abrazarse a tu madre y pingar por la suerte de tenerla cerca. Claro que cantamos con el de Las muñecas de Famosa, y el turrón de Suchard, y el «queremos turrón, turrón, turrón», y nos animamos a comprar teléfonos con aquel pesadete de «Hola, soy Edu, Feliz Navidad». Hubo algunos de la lotería tiernos y otros cuya ternura era inversamente proporcional al despropósito de Montserrat Caballé convertida en una especie de Monster High. (Eso sí nos enseñó lo que era el miedo escénico desde el punto de vista del espectador). Pero los de este año son de los que parten el alma. Esos niños escribiendo la carta de los Reyes Magos pidiendo regalos se transforman por arte de realidad en unos robacorazones cuando le escriben la carta a sus padres y solo les piden tiempo. Tiempo para jugar, tiempo para pasar con ellos, tiempo para ir a Ikea en familia, tiempo para gastar juntos. La Navidad nos pone tontorrones y es un gusto festivo también soñar con la ilusión del tiempo. Es la mejor manera de invertir y ganar seguro. Ojalá los Reyes nos traigan tiempo. Pero si no, al menos la emoción de esa abuela maravillosa al abrir su iPad y escuchar The Song. Hay anuncios que son un regalo.