A sí empieza otro título maravilloso de Juan Marsé: Noticias felices en aviones de papel. Y, al igual que el último de Ana María Matute, Marsé ha escrito una novela corta fascinante. Cuenta la historia de Bruno, un chico de quince años, en esa edad difícil, que es como una bruma. Estamos a finales de los ochenta. No hay móviles ni whatsApp. Ni el crío se pasa el día pasmado ante la luz fosforescente de las redes sociales. El autor vuelve a hacer lo que mejor sabe hacer: recuperar el pasado. Sacar brillo de lo que fue. Rescatar de la memoria los navíos de esa singladura (y naufragio) que es cualquier vida. Y en ese momento tan delicado, tan de funambulista, como es el paso de la adolescencia a la madurez. Lean esta reflexión que Marsé toma prestada de Evans: «Quizás hemos acabado con el pasado. Pero el pasado no ha acabado con nosotros». Impresionante. Lean las primeras líneas de este libro, que es también un perfecto arte-facto de regalo (no valen aquí compras digitales, el libro lleva unas bellísimas ilustraciones de María Hergueta): «Y nunca olvides que el amor verdadero que puedas merecer de una mujer no será el que estás buscando, sino el que no sabías que estabas buscando». Exacto. Hay autores que todo lo que tocan lo convierten en arte. Marsé lo hace con el diccionario y con la memoria. Escribe con un telescopio desde el que observa los pecios del pasado y los rescata para nosotros. Qué fácil es barajar la felicidad o el recuerdo, cuando quien reparte las cartas es Juan Marsé. Un barrio puede ser el mundo, si en esas calles, da igual dónde, lo que se está representando es tu vida.