La respuesta del presidente francés Georges Pompidou a un periodista, que pretendía sonsacarle no sé qué vaticinio político, se ha convertido en muletilla recurrente en el país vecino: «¡Je ne suis pas Madame Soleil!». Aludía el mandatario a la más célebre pitonisa de entonces. Años después, en su libro Carta abierta a los gurús económicos que nos toman por imbéciles, Bernard Maris se preguntaba para qué sirven los economistas. Y citaba también el nombre de la famosa astróloga: «Si la economía es una ciencia que predice el futuro, entonces el más grande economista es Madame Soleil». Pero Maris se extendía a otras funciones espurias del conocimiento económico: si la economía es la ciencia del mercado, los economistas no sirven para nada; si solo trata de la «confianza», el más grande economista sería Freud; si la economía es una religión, el mejor economista será el papa; y si la economía solo es chisme y cháchara, muchos periodistas pueden optar al galardón. ¿Están, pues, los economistas condenados a representar el papel de gurús, brujos o bufones del capital? No necesariamente. Pueden también «denunciar a los mercaderes de mentiras, hablar de la ciencia económica, reflexionar acerca del valor y la riqueza». En definitiva, colocar al ser humano en el centro del universo y la economía en su órbita.
Bernard Maris, hijo de republicanos españoles, escritor iconoclasta, reputado economista forjado en la escuela del humanismo, murió acribillado por el fanatismo que aborrecía. Cofundador de Charlie Hebdo, donde lo atrapó la guadaña yihadista, y colaborador asiduo de la revista con el seudónimo de Oncle Bernard -Tío Bernard-, meses antes de su asesinato publicó un libro con un título de resonancias evangélicas y sesgo premonitorio: Marx, oh Marx, ¿por qué nos has abandonado?
Bernard Maris no era un populista antisistema. Desde luego, no respondía al perfil anarco-trotskista que el ultraderechista Jean-Marie Le Pen atribuyó a los hacedores de Charlie Hebdo, palabras que suenan a justificación y apología del terrorismo. Ocurre simplemente que, al retirarse la marea, los charcos que subsisten en la arena se convierten en herejía. El mismo proceso que ha convertido a Keynes, el economista que solo pretendía salvar al capitalismo de sí mismo, limándole sus concertinas más salvajes, en autor de cabecera de la izquierda más radical. Maris, que tenía al economista británico como principal referencia, se limitó a cuestionar las leyes del mercado supuestamente eficiente, el dogma de los equilibrios económicos y demás mantras del credo neoliberal. Si eso significa ser acusado de rojo en estos tiempos, habrá que concluir que mucho se han derechizado los tiempos (y la izquierda con ellos).
«Je suis Charlie», clama el mundo occidental. Un grito espontáneo en defensa de la libertad de expresión y de condena de quienes reparten la muerte en nombre de Alá. Permítanme que, en medio de esa muchedumbre, enarbole también mi pancarta complementaria: «Je suis Bernard Maris». Un grito contra el yihadismo económico, expresión de «una nueva tiranía invisible» y de «una economía que (también) mata». Los entrecomillados son del papa Francisco.