Cuando uno tiene que escribir los nombres del clan Pujol que están hoy imputados por presuntos delitos económicos resultan de gran ayuda las teclas copiar y pegar que Word nos suministra, vista la larga lista de personas con los mismos apellidos. Vean, sino: Jordi Pujol i Soley, Marta Ferrusola (su esposa), Jordi Pujol Ferrusola, Marta Pujol Ferrusola, Pere Pujol Ferrusola, Oriol Pujol Ferrusola, Mireia Pujol Ferrusola, Oleguer Pujol Ferrusola (todos hijos de los dos primeros), Mercé Gironés y Anna Vidal, ex esposa y esposa, respectivamente, de Jordi y Oriol Pujol Ferrusola. «¡Qué tropa, joder, qué tropa!», que dicen que exclamó el conde de Romanones en su día.
¿Cómo explicar que seis de siete hijos y, por afinidad, dos de sus mujeres, sean, al parecer, unos bribones y, presuntamente, unos delincuentes? Ante tan inquietante pregunta, caben dos explicaciones: la primera, que la tendencia a actuar como si el Código Penal fuera un tebeo se la han transmitido Jordi sénior y señora a sus retoños en el código genético, entre que se dedicaban a fer caixa, es decir, a llenarse trapaceramente los bolsillos, y a eso que ambos llamaban fer país. ¡Menuda cara! Aunque nada sé de biología, sí conozco por mis estudios de criminología que la teoría según la cual las tendencias delictivas se transmiten por herencia es una tontuna de gentes reaccionarias.
La segunda explicación, me temo, es más plausible. Según ella, la red de ilegalidades y golferías del insuperable clan Pujol sería la directa consecuencia de cuatro factores concurrentes: la larga permanencia de Pujol y CiU en el poder, el hiperliderazgo de Pujol en su partido, el amplísimo dominio de CiU sobre las instituciones catalanas y, por último, aunque no en último lugar, la capacidad de Pujol para envolverse en la senyera cada vez que alguien osaba poner en duda la limpieza con la que él y los suyos ejercieron el poder durante más de veinte años. Según la teoría típica de cualquier nacionalismo (desde Franco a Fidel Castro), atacar a Pujol, o a CiU, era hacerlo a Cataluña. ¡Ahí es nada!
Cuando a finales del siglo XVIII los norteamericanos inventaron el Estado constitucional, partieron de que los hombres no eran ángeles y, por eso, creyeron indispensable fijar mecanismos de equilibrio para evitar el abuso de poder. Tales equilibrios se convirtieron luego, en el mundo libre, en necesidad imprescindible. De hecho, ha sido su vulneración en Cataluña lo que ha conducido a que los hijos de un hombre rico y poderoso, que podían haber estudiado en las mejores universidades y haberse colocado luego en magníficos empleos, hayan aspirado a la indecencia de vivir sin trabajar y sin cumplir la ley, amparándose para ello en su papá y en el escudo en que su papá se protegía: Cataluña. ¡Pobre Cataluña, con esos valedores!