Todo comienzo es involuntario, decía Pessoa. Los ufólogos de la política necesitan ya a Iker Jiménez para que narre ya el quinto milenio. Grecia no es España (o sí), pero da igual. La clave es dar espectáculo, con juicios y pronósticos de todo tipo. Espectáculo con las palabras no. Que para eso hay que tener talento, como Gómez de la Serna o Mágico González. Tsipras ha ganado con sus cuarenta años (casi en la mitad del camino de la vida, que diría el Dante). Este ingeniero excomunista gobernará Grecia. Once millones de habitantes. Más de ocho millones en Andalucía. Y más de diez, en Portugal. Traducido a la Armada, Grecia no es ni una fragata. Pero el ruido que hace es mucho. Después de cuarenta años de bipartidismo, irrumpen otros (¿cómo en la película de Amenábar?). El único capricho de Alexis es cabalgar una moto BMW de gran cilindrada, dicen. ¿Es Samarás sinónimo de Rajoy? Spain is diferente. No es miedo. Es solo comparar. Syriza gana a la cuarta, no tras dar una sorpresa en las europeas. Syriza gana tras una intervención salvaje de la Troika. Y con una clase media hundida, el sentido común demasiado tiempo en puestos de descenso. Y aún así gana 36 a 28, aunque se lleve el plus del primer puesto que hay en Atenas para garantizar la gobernabilidad. Son ocho puntos de diferencia. O sea, el país está medio dividido. Y ¿qué pasok con el Pasok? ¿Se la pegará tan inmensa aquí Pedro o Susanita, que ya adelanta elecciones? Es posible que los socialistas se desangren. Pero en España hay demasiados elementos que son tan difíciles de traducir como el griego. Encima antes de la batalla del voto del miedo contra el voto del castigo habrá elecciones en Andalucía, locales y un montón de autonómicas, elecciones casi plebiscitarias en Cataluña... ¿Cómo llegaremos a las generales con tanta sobredosis? Solo lo sabe la única certeza que de verdad influirá en el veredicto español de final de año: la marcha de la economía. Si es cierto que los ciudadanos salen de la crisis, otro voto cantará y contará. Pero ¿saldremos de la crisis? Los norteamericanos lo dicen siempre: se vota con la mano en el bolsillo. Lo demás es poesía o la ouija de Roncero.