Cuando la economía se mete bajo la lente del microscopio se observan ya síntomas de recuperación. Más empleo y actividad, menos regulaciones, más ventas en el comercio... España está lejos de aquellos dramáticos días en los que la intervención estaba prácticamente cantada. Pero aunque parece un lugar común que va perdiendo significado, es una realidad: la mejoría de la grandes cifras (la macroeconomía) apenas se traduce aún en la de andar por casa (la microeconomía).
El último dato conocido es el del comercio minorista, un sector poblado por pequeñísimas empresas de uno o dos empleados y de un batallón de autónomos, que ha sufrido una auténtica escabechina desde que comenzó la crisis. Las estadísticas confirman un ligero repunte en el último año de menos de un punto porcentual que significa dos cosas. Una, que es cierto el mensaje del Gobierno según el cual las cosas han empezado a mejorar y por tanto el consumo se anima un poco. Dos, que tampoco es mentira que con incrementos de facturación de menos de un uno por ciento la supervivencia de muchos pequeños negocios (con muchos empleos sumados de uno en uno) siguen en peligro.
El ministro De Guindos, a quien quizás su profesionalidad le impide dejarse llevar por el entusiasmo con la frecuencia de otros colegas de gabinete, es claro: no podrá hablarse de fin de la crisis mientras el paro no baje al menos diez puntos. Y eso aún no está a la vuelta de la esquina. Entre otras razones, porque no remató la fase del efecto estadístico de caída de la tasa de paro por el éxodo de la mano de obra.
El problema es que las cuentas domésticas se hacen a tamaño natural y no con microscopio.