En política, las apariencias engañan aún más que las pasarelas de moda. Aunque alardeen de principios para justificar sus decisiones, en el fondo son máquinas de poder y cada acto forma parte de una estrategia encaminada a ganar elecciones. Y eso no ha de ser malo. A fin de cuentas, se trata de llevar a la práctica lo que se considera mejor para la sociedad. El problema surge cuando el fin hace que se sacrifiquen los medios y hasta los principios. Entonces, la política pierde su nobleza y los políticos quedan reducidos a simples okupas de las instituciones de poder.
Da la impresión de que Pedro Sánchez ha ganado su primera gran batalla interna y, al menos a corto plazo, ha reforzado su posición en el partido. Pero la forma en que lo ha hecho puede volverse contra él como un bumerán. Es absolutamente necesario elevar el nivel de exigencia ética, pero conviene hacerlo en conciencia y con pleno convencimiento, de manera rigurosa y universal, no de forma oportunista y aplicando una doble vara de medir.
Por otra parte, un partido tiene derecho, e incluso debe exigírsele, que elija a sus mejores candidatos. Pero no puede hacerse despreciando los procedimientos democráticos. Y todo apunta a que la defenestración de Tomás Gómez ha sido fruto de una conspiración para sustituirlo por Gabilondo ahorrándole a este las primarias. Poco menos que un golpe desde arriba. Lo que, sumado a la cínica justificación, puede volverse en contra de Pedro Sánchez si su apuesta fracasa en las urnas. Por si acaso, más allá de Despeñaperros ya afilan la guadaña.