Con Tomás Gómez al frente los socialistas caminaban directamente hacia el mayor desastre electoral de su historia en la comunidad de Madrid. Era un pésimo candidato. Ante esta perspectiva Pedro Sánchez lo defenestró sin contemplaciones. El cambio de la cerradura de su despacho resume a la perfección el implacable método elegido para su asesinato político. Se lo ha quitado de encima a cien días de las elecciones, para poder argumentar que ya no da tiempo a celebrar unas primarias y así colocar a Ángel Gabilondo. Pero esta arriesgada jugada puede volverse en su contra. Si el argumento para cesar a Gómez son sus malas perspectivas electorales, también se le podría aplicar a él mismo después de que la encuesta del CIS relegara al PSOE a tercera fuerza política. Si son las sospechas de corrupción por el sobrecoste del tranvía de Parla, entonces tendría que actuar en Andalucía, al menos exigiendo el acta a Chaves y Griñán. Además, Sánchez ha quitado la palabra a los militantes del PSM para elegir su candidato, un mal precedente en un partido que ha hecho de las primarias una de sus señas de identidad. Por último, si hay un axioma en la política es que la división en los partidos se paga en las urnas. ¿Por qué entonces ha tomado esta drástica decisión? ¿Cómo es posible que el hombre capaz de pactar con Rajoy se haya comportado como un killer en su propio partido? Porque sabe que, con su liderazgo cuestionado y en caída libre en las encuestas, se juega su última carta en las elecciones de mayo y Madrid es la joya de la corona. Si el PSOE se ve sobrepasado por Podemos sería su acta de defunción política. Habría llegado el momento estelar de Susana Díaz. Puro, simple y descarnado juego de tronos.