Guernica no existió: solo fue una pesadilla

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

26 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Dice la leyenda que un jerarca nazi -según algunas versiones, Otto Abetz, embajador de Hitler en la Francia ocupada- visitó el estudio parisino de Pablo Picasso. Y que allí, al contemplar una reproducción del Guernica, una amalgama cubista de gentes destripadas y bestias despanzurradas por la aviación alemana, le preguntó al artista con deje compasivo: «¿Pintó usted esto, monsieur Picasso?». Y dice la leyenda que el genio, de cerebro ágil y lengua afilada, le contestó de inmediato: «No, señor, lo hicieron ustedes».

Mariano Rajoy y Pedro Sánchez pintaron en el Congreso dos cuadros contrapuestos. Idílico el primero, tremendista el segundo. Ambos con imperfecciones, pero el del presidente, repleto de luz y rostros risueños que se encaminan hacia un futuro esplendoroso, y el del socialista, plagado de sombras, corruptos y gentes desahuciadas, más cercano a la pintura negra de Goya que al triunfalismo cromático de nuestro Sotomayor.

Como estos debates sobre el estado de la nación se entienden como una pelea de gallos, cruce de apuestas incluido, quizá el lector espera que me pronuncie sobre el resultado. Lo haré. Creo que el aspirante socialista ganó con claridad: el retrato que exhibió se asemeja más al modelo. Su diagnóstico se aproxima más a la realidad. La prueba está en que Rajoy, habitualmente impasible el ademán, acusó los golpes en el hígado, se descompuso y reaccionó con patadas a la espinilla. Y no me refiero al apelativo de «patético» que colgó a su rival, epíteto suave incluso en colegio de ursulinas, sino a lo que dijo antes: «No vuelva usted aquí». ¡Como si las credenciales de la oposición se despacharan en la calle Génova! Peor aún: el presidente Rajoy insultó a millones de españoles al reducir el drama que viven a una simple pesadilla, de la que además estamos despertando. Todo fue un mal sueño: los trabajadores esnafrados en la cuneta, las familias desahuciadas, el hijo que cogió la maleta. Guernica solo existió en la febril imaginación de Pablo Picasso.

Hasta aquí la crónica artística, lo que dio de sí el espectáculo: la confrontación entre dos aspirantes a convertirse en pintores de la corte en las próximas elecciones. Uno, más crudamente realista, tal vez porque nunca pisó palacio; el otro, con tendencia a fantasear, seguramente porque tiene la barba a remojo. Pero los cuatro gatos a los que aún nos entretienen estas cosas quedamos in albis. Seguimos sin saber si existía una política alternativa a la que provocó la devastación. Y seguimos sin descubrir los planos de la reconstrucción, al tiempo que dudamos de la idoneidad del arquitecto.

Alguien me tachará de ingenuo y me invitará a rebuscar fuera del establishment. Entre quienes, bajo los nombres de Podemos o Ciudadanos, aporrean la puerta del Congreso y se disponen a entrar en tromba. Confieso que tampoco lo veo. Comparto en alguna medida su descripción picassiana de los destrozos causados por los bombardeos, pero ignoro qué pretenden reedificar sobre los escombros de Guernica.