Los de Podemos lo tienen muy claro. Podrán ganar o no ganar, subir o bajar en intención de voto, que hoy nos lo dirá el barómetro del CIS, pero saben perfectamente dónde está su electorado posible. Lo dijo Pablo Iglesias con toda nitidez en la presentación de su programa: sus dos centenares de propuestas no gustarán a todo el mundo, pero gustarán a los pequeños empresarios, a los parados y a los que se levantan a las seis de la mañana, cogen el transporte público y se van a currar por un pequeño salario. El resto no es su público, y lo saben.
Lo que ocurre, para inquietud del resto de los partidos, es que el público que pretende Podemos es muy grande. Tan grande como el formado por todos los españoles que ganan menos de 50.000 euros brutos anuales, en un país donde la renta per cápita está en los 30.000 dólares y la media salarial no supera los 23.000 euros. Pablo Iglesias y su equipo supieron percibir ese inmenso «nicho» electoral. De 50.000 euros hacia arriba, palo fiscal con más impuestos, aunque no detallen el porcentaje. De 50.000 hacia abajo, menos presión impositiva y una utopía de más gasto público y menos ingresos del Estado, pero eso no lo piensa el personal a la hora de votar.
Esa es la realidad de la oferta de Podemos, privilegiada en su presentación por una atención informativa que no tienen ni PSOE ni PP, simplemente porque no ofrecen novedad. Se puede discutir sobre si ese partido es más o menos radical, si busca más o menos el centro político y centenares de cosas más. Se puede argumentar que Bruselas y el FMI pondrán reticencias a una oferta que no tiene presente el déficit público. Se puede disentir de una política fiscal que ahuyentará las inversiones, perjudicará el turismo y hará reducir las tasas de ahorro privado. Se puede aducir que la dación en pago retroactiva pone en serias dificultades al sistema financiero. Se puede rebatir que sea rico quien gana 50.000 euros después de pagar impuestos. E incluso se les puede reprochar que no acompañen su programa con una memoria económica, como si los demás partidos lo hicieran.
Podemos tiene descontadas todas esas pegas. Su estrategia es casi científica, como corresponde a profesores que no sabrán nada de economía real y de empresa, pero saben dónde está el descontento social y cómo ocupar ese espacio. Desde esa intención, acaba de surgir el nuevo partido de los pobres, como Alfonso Guerra llamaba al PSOE en sus tiempos de poderío. O quizá el partido de los nuevos proletarios, tantos como dicen los informes de Cáritas. Y ese espacio se lo han regalado los grandes: el PSOE por su conformismo ante los recortes. El PP, porque las estadísticas no le dejaron ver el abismo que se abría bajo sus pies.