¿Se dan ustedes cuenta de que no hablamos de política? La marabunta de la corrupción se lo va comiendo todo, y ya llevamos no sé cuánto tiempo a vueltas con el Código Penal. Estamos todavía en las labores agrícolas, eso de separar el trigo de la paja. Todavía tenemos que determinar quién es cuatrero y roba vacas, quién hace trampas con las cartas, quién le echa agua a la leche, quién, en fin, asalta diligencias. Hubo un tiempo en que los pueblos -los poblados- elegían personas que no se merecían: Abraham Lincoln, Gary Cooper, Sandro Pertini, gente así. Era una época en que al tramposo se le embreaba y emplumaba, y a otra cosa. Yo quisiera no saber quiénes son los candidatos sino qué se proponen hacer. Quiero saber si alguien en mi ciudad, por ejemplo, va a demoler los edificios del centro comercial que nos han construido en el puerto para taparnos el mar, si van a dotar a las bibliotecas de libros, si pondrán un autobús rápido al aeropuerto, si van a apoyar al pequeño comercio, la cultura, la economía, etcétera. No me sirve que me digan que no van a robar, porque de esas cosas yo no me ocupo con mi voto. Para esas cosas no hay que votar, hay que llamar al 091 y punto. Por eso a mí no me gustan que me den mítines estupendos, no me gusta la retórica del abrazo y la aliteración, la estética de la apoteosis. Prefiero que me hablen sin gritar y me expliquen las cosas insultándome, llamándome tonto, lo menos posible. Que uno sabe sus limitaciones, pero también las de los demás.