Ni antes era todo blanco perfecto. Ni ahora es todo blanco roto. Ni negro absoluto. Es un rasgo muy español, de héroe a villano en cero segundos. Antes de los partidos del Valencia y de la Juventus, el Real Madrid era invencible. Una máquina para soñar títulos. Una máquina registradora de récords. Un club cuyos jugadores eran dioses que no tenían ni un defecto en el talón. Después de tropezar contra el Valencia y de estrellarse contra la Juve, en seguida, todo era un desastre. No se salvó de las críticas ni la estatua de Cristiano Ronaldo. Iker Casillas, otra vez, ajusticiado. Dicen que el Bernabéu es así. Que solo vale ganar o ganar. Pero no vendría mal un mínimo de equilibrio. Ancelotti pasó de ser un genio de la estrategia, un campeón del mundo del ajedrez, a ser un técnico al que había que despedir. Y así con todos. Igual cuando se fichó a Bale se exageraron un poco las prestaciones del galés. Es un jugador con gol, con una carrera impresionante y un disparo que te puede matar, pero no es un crac. Al Madrid le pesó también perder a Modric en el momento más importante. El pequeño Cruyff sabe leer entre líneas, el braille del fútbol. Los blancos, sobrados de centrales, no pueden jugar toda la temporada con un solo mediocentro, aunque sea de titanio alemán. Kroos terminó fundido. Y luego hay algunos que no deberían ni estar: Arbeloa o Khedira, que solo está esperando a marcharse. James es otro caso Bale. Es un chico con mucho talento, pero ni James ni Bale, hoy por hoy, son Luis Suárez y Neymar. Pero el Real Madrid solo tiene que reajustar. Es un equipazo: ha marcado 111 goles en Liga, tres más que el Barça del triplano.