¡Qué tiempos aquellos en los que uno podía decir o hacer la primera locura que le viniese en gana con la seguridad de que no quedaba grabada para la posteridad en ningún artilugio, por la simple razón de que no existían! ¡Y cuántas hemos hecho en nuestra vida sin que ahora nos susciten congoja!
Hoy se siguen haciendo disparates porque en todo ser humano hay siempre un momento para el despropósito, para el esparcimiento o para el humor negro, como diría doña Manuela Carmena. Pero, ¡diantres!, ahora muchos, demasiados, se olvidan de que en cualquier lugar hay un aparato que registra todo para cuantas veces sea menester reproducirlo para presumir o fastidiar. Digamos que en esta parte de la obra puede que no seamos conscientes porque no la grabamos nosotros. Pero el colmo de la inconsciencia es captar y almacenar imágenes o sonidos nosotros mismos y ponerlas en Internet, o escribir y enviar un tuit. Que se lo digan a don Mariano Rajoy y su «Sé fuerte. Mañana te llamaré. Un abrazo», dirigido a Luis Bárcenas, o las perlas de don Guillermo Zapata sobre el holocausto, ETA e Irene Villa, o las de don Pablo Sotos sobre Ruiz-Gallardón, o las de doña Alba Tormes sobre Emilio Botín.
Contra lo que se afirma, nunca la sociedad fue menos libre que ahora, menos segura que ahora, menos desinformada que ahora. La combinación entre lo políticamente correcto y los modernos dispositivos tecnológicos es de consecuencias devastadoras para todo aquel que quiere ejercer un cargo de responsabilidad en la política o en la vida ordinaria, sea civil, militar o religiosa. Siempre habrá un enemigo a mano o un periodista cerca que escarbe en nuestro archivo público y nos airee miserias y vergüenzas, porque ni es verdad eso del derecho al olvido, ni es cierto que borrándolo desaparece. Todo lo registrado nos sobrevive porque siempre quedará en algún disco duro, en algún servidor de lugar remoto o en esa palabra, culmen de la perversión del lenguaje, llamada nube. Ni es nube meteorológica, como muchísimos incautos creen, ni es agujero negro. Es archivo preciso para hacer negocio con nuestros actos, con nuestras rutinas y con nuestras debilidades.
Sospecho que gran parte de los miembros de Podemos y de sus marcas asociadas están tiritando de miedo y dándole al dedo como posesos para borrar huellas de sus momentos de estupidez, esparcimiento e inconsciencia, que habrán sido muchos y muy prolíficos porque son jóvenes y despreocupados y dicharacheros. Pero es tarea inútil y lo saben.
Twitter y sus homólogos no son una espinita clavada en el corazón, como dice la canción de Nicolás Jiménez Jáuregui («Eres como una espinita / Que se me ha clavado en el corazón). Son un misil nuclear que cuando estalla cancela el derecho a existir en la sociedad de la ortodoxia política y cultural. «Twitter que me estás matando/ que estás acabando con mi carrerón».