En plena temporada estival, este año especialmente seca y cálida, es inevitable que, ante las condiciones climáticas observadas, nos pongamos a pensar en los posibles efectos del cambio climático. Por un lado, la temporada de playa se amplía en toda la costa, con el consiguiente efecto sobre un tipo de turismo veraniego que en números sigue siendo el predominante; pero, por otro, los problemas derivados del estiaje se adelantan, y tanto los campos, como los manantiales, como las propias corrientes muestran características propias de finales del verano. Lo mismo cabe decir del riesgo de incendios; solo pensar en lo que puede pasar de seguir así las cosas, resulta muy preocupante. Hay cultivos, por otro lado, que están notando los efectos de la falta de agua, como por ejemplo la patata y el maíz, y, naturalmente, la producción lechera, tan afectada ya por las condiciones del mercado y de las industrias, podría entrar en una situación general de alarma. Pero las consecuencias observadas no se terminan en la tierra, también el agua del mar está experimentando un aumento medio de la temperatura, lo cual si es muy positivo para los bañistas, no lo es tanto para otros procesos de nuestro ecosistema litoral. De hecho, las toxinas están arruinando el sector mejillonero y ahora también afectan a la recogida de moluscos. Al mismo tiempo, se observa un aumento de especies hasta ahora exógenas, tanto en la flora marina como en la fauna.
Estos son datos que la prensa diaria va reseñando, y que me hacen pensar si estos cambios están relacionados con los efectos del cambio climático o se deben a un episodio excepcional en los ciclos del tiempo. Yo creo que lo primero está actuando, aunque no sé en qué proporción. No olvidemos que la acción antrópica de la explotación intensiva de los recursos naturales, y la utilización masiva de productos con componentes químicos importantes, también pueden estar detrás de los cambios en las aguas. No estoy en condiciones de asentar ninguna certeza, más allá de las situaciones observadas, pero lo que es indudable es que debemos de estar muy atentos a la evolución de estos factores, porque si la situación está directamente relacionada con el indiscutible efecto del cambio climático, en Galicia hay que ir pensando en una reconsideración de la estrategia de explotación de nuestros recursos y, más aún, de las políticas para la protección de nuestros valores ambientales. La industria de la tecnología está muy bien, pero nuestro principal factor de producción y de creación de empleo sigue estando ligado a recursos naturales: industria agroalimentaria, cadena de la madera, cadena de la pesca y turismo sostenible. Y es ahí donde hemos alcanzado nuestra marca de excelencia.