El pasado 24 de diciembre, cuando ya era evidente que Syriza ganaría las elecciones y que Alexis Tsipras sería el primer ministro de Grecia, tuve una conversación con mi concuñado en la que, como supongo que hacemos todos en esa fecha, nos dedicamos a arreglar el mundo con una copa de cava en la mano antes de atacar el pavo. Él, que ha sido ejecutivo en España de uno de los mayores bancos de inversión del mundo, defendía que la victoria de Syriza sería muy perjudicial para Podemos porque, con los planteamientos irresponsables de Tsipras, Grecia acabaría sumida en el caos. Eso demostraría al mundo el peligro de los populismos que defienden propuestas fuera de la realidad. Algo que serviría en España como vacuna contra Podemos, al que las encuestas situaban en ese momento como el más votado en unas hipotéticas elecciones generales.
Te equivocas, le dije. Tu profesión te lleva a analizar los hechos desde una perspectiva exclusivamente económica, pero olvidas la política. Consideraba yo que la situación sería la opuesta a la que él planteaba. Por encima de su radicalidad, Tsipras es muy inteligente y, sobre todo, un excelente estratega. Y por eso, argumenté, su táctica se centrará en conseguir un acuerdo de mínimos con la Unión Europea, rebajando algo su tono y arrancando a cambio concesiones respecto a la propuesta inicial de la troika. Demostrará así a los griegos que, dentro del drama, él negocia mejor que Samarás y mantiene la dignidad de su país. Merkel es pragmática, sostuve, y lo último que le conviene a la UE es que el caos se apodere de Grecia. Y, por eso, estará dispuesta a hacer concesiones y firmar un acuerdo razonable. Ya con ese pacto en la mano, Tsipras se reconciliará con sus votantes llevando las políticas sociales en Grecia todo lo lejos que permita la gravísima situación, elevando además enormemente la presión fiscal sobre los ricos. Esto demostrará al mundo que Syriza no es un grupo de locos y, como consecuencia, Podemos saldrá reforzado y tendrá opciones de ganar en España. Tal era mi tesis. Mi concuñado admitió lo inteligente de mi análisis. Y yo me senté luego a la mesa henchido de orgullo, creyéndome el más listo del mundo.
Pero Tsipras tardó poco en dejarme en ridículo. Desde el minuto uno hizo todo lo contrario a lo que predije. Antes siquiera de sentarse a hablar con la UE, tomó unilateralmente medidas que hacían casi imposible el acuerdo, mientras miembros de su Gobierno tachaban de nazi a Angela Merkel, la mujer que tenía en su mano el destino de Grecia. Lejos del político inteligente y astuto que describí, se reveló como un pésimo estratega y se cerró todas las puertas. No solo no arrancó concesiones a Merkel y Schäuble, sino que los enfureció hasta endurecer su postura. El caos se apoderó de Grecia. Tsipras firmó el peor acuerdo posible para su país. Syriza se desintegró. Podemos empieza a caer a plomo en los sondeos. Y yo temo el momento de encontrarme con mi concuñado la próxima Nochebuena.