Silencio de sangre y fuego a las 20.41 del 24 de julio del 2013. Silencio de espanto y estupor de los viajeros del Alvia 04155 en los primeros instantes de la tragedia, mientras los vecinos -luego héroes- de Angrois se lanzaban a rescatar supervivientes en los vagones humeantes, destrozados en la vía y en el campo de lo que hasta ese instante habían sido sus fiestas. El viernes hará dos años. Compostela se entregará a la normalidad de los fuegos del Apóstol sin poder olvidar -nunca podrá olvidarlo- que su día grande se iba a convertir en el peor día de Galicia. Dos años. Las heridas de las víctimas y de sus familias siguen abiertas. El dolor en carne viva por los 79 fallecidos, de sus familiares, y de los 146 heridos, urge respuestas. La lentitud judicial, seguramente justificada en este caso complejo, lo agudiza. ¿Se podría haber evitado la tragedia? ¿Quién o quienes son los responsables? ¿Pagarán por ello? Las respuestas que saldrán del Juzgado de número 3 de Santiago a finales de este año no van a satisfacerles, seguro. Todo apunta a que, finalmente, no se sentará en el banquillo nadie más que el maquinista, el responsable de que el factor humano descarrilara en A Grandeira a 179 kilómetros por hora. Pero ese factor no fue el único, porque los riesgos, imprudentemente, no se minimizaron. Las medidas de seguridad cumplirían la legalidad y eso puede eximir otras responsabilidades penales, pero es obvio que no eran suficientes, como ratifican las acciones correctoras decididas después del accidente y los informes periciales independientes. El viernes, las víctimas del Alvia gritarán contra el silencio y su indignación exigirá respuestas. Con ellas, con las lecciones de lo evitable, otro Angrois será imposible.