La Constitución como excusa del fracaso político

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

25 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Llámenme ingenuo si quieren, pero yo sostengo la peregrina teoría de que, mutatis mutandis, España y los españoles no se diferencian en casi nada de sus vecinos del resto de Europa. Y aún me atrevería a decir que del resto del mundo libre occidental. Por eso me llama poderosamente la atención nuestro perpetuo empeño en reinventar la pólvora y someter a catarsis nuestra Administración territorial, nuestra forma de Estado y nuestra democracia, que al fin y al cabo, y tal y como dijo Winston Churchill, «es el peor de los sistemas de gobierno, con excepción de todos los demás». Que España ha padecido y padece todavía la crisis con más rigor que otros países de nuestro entorno es algo que resulta obvio. Pero llover, ha llovido y llueve en todos los sitios, de Algeciras a Estambul, que decía Serrat. Y no aprecio yo allende los Pirineos esa fiebre por acabar con nuestro sistema político y nuestra Constitución, como si rasgarnos las vestiduras y romper el manual de instrucciones de la libertad acabara con nuestros problemas.

Podemos empeñarnos en que nuestro modelo político no es democrático, pero es básicamente el mismo que rige en todas las democracias occidentales sin que a nadie se le ocurra acabar con él. Y por eso resulta penoso que el PSOE, el PP y hasta Ciudadanos cedan a la presión populista que nos quiere convencer de que la Constitución de 1978 es nuestro principal problema y es necesario reformarla a toda costa, aunque nadie se ponga de acuerdo en qué ni en cómo. Cuando hasta el PP nos dice ya que es necesaria una mayor «calidad democrática» en España, la batalla de quienes seguimos pensando que la Constitución es la solución, y no el problema, está perdida.

¿Pero de verdad piensa alguien que acabando con el Tribunal Constitucional, convirtiendo a España en un Estado federal -como si no lo fuera ya-, alterando el orden de sucesión a la Corona o afirmando enfáticamente que todos los españoles tienen derecho al agua y a la electricidad vamos a acabar con la crisis y el paro y vamos a resolver el problema catalán? Mariano Rajoy y su nueva hornada de jóvenes dirigentes peperos comandados por el intrépido Moragas cometen un error garrafal al prestarse al juego de convertir nuestra Constitución, una de las más avanzadas del mundo, en la manta sobre la que todos los partidos sacudan sus golpes en la inminente campaña de las catalanas y en la posterior de las generales, compitiendo para ver quién le da más fuerte y ocultando así su fracaso político.

Además de poner gratuitamente en riesgo el modelo de libertades que nos ha proporcionado el mayor período de convivencia pacífica de nuestra historia, los partidos moderados tienen ahí todas las de perder. Si ya todos estamos de acuerdo en que hay que reformar la Constitución, el que menos cambios proponga será visto siempre como el más reaccionario. Y entonces será tarde para frenar la ola de los que ni siquiera ocultan que su verdadero objetivo no es reformar nada, sino fundar un nuevo régimen.