En cualquier país serio, y con una clase política madura, el resultado de las elecciones que la Generalitat presentó como un plebiscito fraudulento, que le permitió intervenir sin pudor en la campaña, el resultado cosechado ayer por Junts pel Sí habría puesto fin a este episodio independentista y hubiese cerrado por largo tiempo el empeño que tienen algunos de resetear constantemente la historia del Estado español. Los votos obtenidos por el conglomerado de Mas y la CUP quedan por debajo del 50 %, el Parlamento resultante es ingobernable, lo coalición CiU que representó a Cataluña en el modelo de transición y marcó cuatro décadas de democracia ha desaparecido, y aquella Cataluña a la que todos los subsistemas españoles mirábamos como paradigma de modernidad y buen hacer político ha perdido su liderazgo. Un desastre.
Pero este país no debe ser serio, por lo que mucho me temo que el intento secesionista que nos trajo hasta aquí va a seguir erre que erre, sembrando el caos jurídico y hurtándonos la política que tanto necesitamos. Los independentistas se van a sentir reforzados. El Estado va a seguir con su timidez congénita esperando a que el paso del tiempo y el buen sentido del pueblo disuelvan la mancha sin su intervención. Los tribunales van a seguir elucubrando en lo grande y arreando estopa en lo banal (tranquilo Mas, que están ocupados con la pluma de Caballero). Y en toda la banda tibia -partidos que no gobiernan, intelectuales y tertulianos del sábado noche- va a seguir imperando el buenismo de quien piensa que cualquier intento de poner orden atenta contra la democracia y contra el complejo de culpa que seguimos arrastrando por nuestra recargada -y portentosa- historia. Y así seguiremos hasta que alguien o algo, que puede ser una desgracia, venga por fin a rescatarnos.
Así las cosas, a Rajoy, que es posible que hoy se levante más relajado, le voy a dedicar la vieja advertencia de Lessing - «algunos se equivocan por temor a equivocarse»- por si le sirve de algo. A Sánchez, que es el jefe supremo de la tribu de los tibios, le voy a recordar -en su estilo cool- la enseñanza de Gandhi: «Nunca hay que pactar con el error, aunque parezca estar sostenido por los textos más sagrados». Y a la gente corriente -defraudados, indignados, desorientados- le voy a transmitir mi propio pensamiento en palabras de Coti, Julieta Venegas y Paulina Rubio: «Tengo una mala noticia/ no fue de casualidad/ yo quería que nos pasara/ y tú lo dejaste pasar./ No quiero que me perdones,/ no niegues que me buscaste./ Nada de esto fue un error,/ ¡oh!, ¡oh!, nada fue un error,/ nada de esto fue un error». Porque el vivo de Mas lo tenía todo previsto. Quería caos, ilegalidad y confusión, y eso está cosechando en abundancia. Porque solo en esa finca puede florecer la flor de la independencia.