El veneno social nacionalista

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

30 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Como el resto de los territorios que en España y en Europa han sido golpeados sin piedad por la crisis económica, Cataluña tendría que haber hecho frente desde hace años a los retos esenciales que hoy, dos días después de unas elecciones convertidas en el fraudulento plebiscito que los independentistas han perdido, sigue teniendo encima de la mesa: la caída de su PIB per cápita (1.336 euros desde el años 2008), un déficit público del 2,58 % (el segundo más alto de España), una deuda pública del 32,8 % sobre el PIB (la tercera mayor) y una tasa de paro del 19,1 %.

Pero los esfuerzos de Mas y los dos partidos que apoyaban su Gobierno no se han centrado en mejorar las condiciones de vida de quienes pagan impuestos para eso, sino en dos dislates ilegales: impulsar la denominada construcción de estructuras de Estado; y, directamente relacionado con ello, preparar la llamada desconexión con España, disparate que partía del hecho de que varios cientos de años de historia común y profundos sentimientos compartidos pueden borrarse con la misma facilidad con que se desenchufa una nevera.

Lo verdaderamente increíble de esa monomanía, tan patológica como cualquier otra obsesión, no es que se haya adueñado de unos líderes políticos que han sabido manipularla para eludir sus responsabilidades de gobierno, subiéndose así en una ola de la que esperaban no llegar a caer jamás, sino que -es cierto que tras un proceso de manipulación social sin precedentes- casi dos millones de catalanes hayan comprado una mercancía tan averiada, hasta convertirse en auténticos rehenes de una clase política nacionalista que los ha utilizado como carne de cañón.

Increíble, claro, a menos que se entienda cabalmente el potente papel que pueden llegar a jugar las ideologías sectarias (el nacionalismo, el racismo, el fundamentalismo religioso) en los procesos de movilización popular, incluso en sociedades modernas como la catalana. Pues lo que se ha vivido en Cataluña desde el año 2010 ha sido eso: el secuestro de una importante parte de la sociedad por un nacionalismo insolidario (España nos roba), xenófobo (los catalanes no nacionalistas son extranjeros en su país, son malos catalanes) y quimérico (la nueva Cataluña independiente será una Arcadia definitivamente feliz), que ha logrado emponzoñar los sentimientos de cientos de miles de personas que antes de ese envenenamiento colectivo estaban pendientes de lo mismo que los no nacionalistas: de su vida, su familia, su trabajo, sus alegrías y tristezas.

Recuperar esa normalidad social, superando la situación de trastorno social transitorio forzada por los nacionalistas, es, sin duda, lo más urgente para devolver la calma a Cataluña y restañar las heridas que la pesadilla secesionista ha provocado a sabiendas de que solo así tenía algunas posibilidades de hacerse realidad.