Les confieso que los dieciséis días que mediaron entre el 28 de septiembre, después del 27S, y el 14 de octubre, han sido felices para mí, porque en ese tiempo Artur Mas no ha sido primera página en los diarios, no ha abierto los informativos de televisión y radio, no ha monopolizado las tertulias. Hasta el miércoles 14, que volvió la murga por su declaración como imputado en la consulta secesionista del 9N.
Desde los cánticos sinfónicos de la presidencia coral con la CUP para salvar al soldado Mas hasta la procesión ante los juzgados hemos gozado todos, incluidos nuestros paisanos catalanes, de hermosos días otoñales para pasear, recoger setas, ver llover desde el mirador, pensar y conocer los asuntos que preocupan a la gente: el paro, la economía, la corrupción, la salud, la familia, la inmigración, las rutinas, las oportunidades de desarrollo personal, los derechos sociales.
Gracias a aquellos dieciséis días (felices) de otoño nos enteramos de la inauguración y entrada en funcionamiento del embalse de San Salvador, en Alfántega-Albalate de Cinca, en Huesca, que, con una capacidad de 136 hectómetros cúbicos y tras una inversión de 105 millones de euros, regará 20.000 hectáreas y regulará mejor el sistema del Canal de Aragón y Cataluña, beneficiando a ciudadanos de ambas comunidades. También hemos sabido que un juez de Gavá (Barcelona) ha dictado auto de apertura de juicio oral contra Leo Messi y su padre, acusados de tres delitos contra la hacienda pública, y que en Cataluña se roba el 50 % del cobre que se sustrae en España, además de sabotearse por ignotos las líneas del AVE (¿negligencia premeditada de los independentistas porque no les interesa que funcione bien lo que depende del Gobierno central para así exacerbar el enfado de los catalanes?), cortando los cables de fibra óptica que aseguran el funcionamiento de este moderno sistema de transporte público.
Ahora regresamos a los asombros, a la anfibología, a la polisemia, a la casuística, a «la hora de los egoístas», como tituló Der Spiegel para describir las quejas económicas de Cataluña. Al hartazgo. Porque eso es lo que produce la cantinela de los secesionistas, de esa clerecía que señala Samuel Coleridge y que alimenta y alienta la separación de Cataluña del resto de España. Esa pléyade de clergy (clérigos, escritores, funcionarios, académicos, periodistas?) que viven de vender (caro y con dinero público) ensoñaciones a través de falsas balanzas fiscales, falsas noticias, falsa historia, falso mundo, falso todo. Todo falso.
Y, lamentablemente para los que no son independentistas, el Gobierno en funciones de la Generalitat no ha hecho en este tiempo nada de aquello para lo que fue elegido: gobernar. Y por ello, por no gobernar, la mayor empresa del sector agroganadero de España, Valls Companys, ha recogido sus bártulos y trasladado su sede social de Cataluña a Madrid. Como poco antes lo hizo Laboratorios Almirall y después lo harán otras.